En nuestro Mitshubitsi Pajero, donde pasábamos gran parte del día, y que casi se podía asemejar a un gran hermano, los que allí viajábamos, cada uno de nuestro padre y de nuestra madre, creábamos un pequeño ecosistema que iba de sitio en sitio buscando aventuras:
LA FAUNA:
Carlitos (El pater). Como siempre era la voz de la razón dentro del grupo, dueño y señor del bote y administrador de nuestras cuentas. Era el guía del grupo, se había empapado el itinerario y en todas las decisiones que tomaba el grupo él siempre aportaba la cordura, bueno, en todas menos en la compra de las dos lámparas…
Víctor (El niño). Con sus 22 años era el más joven del grupo. Generalmente tranquilo, hasta que algo excitaba su cabecita y soltaba alguna frase con la que teníamos para risas durante dos días.
Marina (Marinilla). Siempre rebelde e impulsiva era un mundo aparte.
Sebas: Era el más discreto del grupo, a veces pienso que se limitaba a intervenir poco porque era mucho más divertido mirarnos como si fuéramos los protagonistas de Friends o alguna serie por el estilo.
Sergio (Sergiete). La paz y la calma personificada. Balanceaba la ecuación entre la cordura de Carlos y mis disparatadas ideas, posicionándose a un lado u otro siempre con tacto y buena mano.
Rafa: Era el nuevo en el grupo. Rápidamente pudimos notar que no tenía mucha experiencia en este tipo de viajes, especialmente cuando se trajo desde España “Una saca” de comida. Era el despiste personificado, lo perdía absolutamente todo y nunca encontraba nada. Por otro lado, era una verdadera enciclopedia, hablaras de lo que hablaras, él sabía más.
Y yo, que si ya me conocéis, al menos por mi blog, ya supondréis que soy la persona más normal del mundo……
Una vez toda esta fauna recogió el coche del aparcamiento de Imlil, nos dirigimos a Zagora para desde ahí llegar a Mhamid.
El paisaje iba cambiando. Ahora las montañas ya no eran el elemento dominante, poco a poco, las grandes explanadas desérticas se iban haciendo más presentes.
Hicimos una parada en una curva ancha donde un anciano conseguía algunas propinas con las fotos que los turistas se hacían con sus camellos o su camaleón.
Cuando llegamos a Mhamid, comenzamos la negociación con uno de los organizadores de excursiones al desierto mientras nos invitaba a tomar un te.
Contratamos una Jaima para pasar la noche y un guía que nos acompañaría y conduciría por nosotros en las dunas…… Conducir por nosotros?????????????
Ahí es donde comenzó nuestra verdadera negociación, nosotros queríamos conducir, y él insistía e insistía en lo difícil que es conducir por el desierto, pero finalmente, nuestra insistencia dio su fruto y acabó accediendo.
Conducir por las dunas resultó toda una experiencia, era como navegar en el mar, el coche iba dando suaves bandazos de lado a lado. Nuestro guía iba haciendo recomendaciones, “ahora acelera, más despacio por aquí…”
El camino era largo, así que paramos a hacer un descanso en un Oasis, si, en un Oasis. Son como los que salen en las películas, de repente, nace un hilo de agua que se transforma en un rio de unos cien metros. No sabes de donde sale, y no comprendes como puede desaparecer así de fácil, pero árboles, plantas y arbustos se arremolinan a su alrededor.
Llegamos a la Jaima y nos acomodamos rápidamente, fue curioso, pero sin hablarlo, el grupo de disgregó, tan solo compartimos juntos una caída rodando desde una de las dunas, donde Sergio, el niño y yo, nos dejamos caer. Después de eso, no sé qué hicieron los demás, creo que cada uno procuraba disfrutar de esos momentos.
Yo por mi parte, paseaba de duna en duna. Subía a lo alto de algunas de ellas, tocaba la arena, jugaba con ella, miraba el horizonte donde un mar de dunas parecía no tener fin.
El paisaje era espectacular, por lo que finalmente, caí rendido ante él y acabé disfrutando del atardecer sentado en lo alto de una duna y absorto, no sé si en mis pensamientos, o en las preciosas imágenes que el sol me regalaba en su despedida.
Nos ofrecieron una cena exquisita a base de tallín. Después de la cena y arropados por las dunas, pudimos observar y disfrutar el cielo del desierto charlando tranquilamente, casi en susurros, para no romper la magia del momento.
Llegó la hora de irnos a dormir, y así hicimos, bueno, casi hicimos, porque llegamos a preparar los sacos pero Sergio, el niño y yo todavía queríamos sacar un poquito más de partido a la noche.
Salimos a dar una vuelta y nos encontramos con tres Tuaregs con los que comenzamos a charlar y a animarnos.
Nos ofrecieron carne de camello, que sabía cómo un jamón serrano correoso y lleno de grasa, para ayudar a tragarlo me ofrecieron una botella de agua para que diera un trago. Al beberla comencé a toser como un descosido, no era agua, sino Whisky de Dátil. Me había pillado por sorpresa, pero es que además resultaba realmente fuerte y comencé a toser y toser, hasta que pude recomponerme.
El caso es que hicimos buenas migas y nos invitaron a una fiesta que celebraban dos dunas más allá.
Acabamos cantando con ellos, bebiendo Whisky de dátil y de risa en risa, acabaron los canticos acompañados por gritos agudos y golpes de tambor sobre bidones.
Aún era pronto para nosotros, nos apetecía algo más de juerga, por lo que Sergio les preguntó a nuestros dos compinches:
- Bueno, y aquí por donde se sale?
Nos miraron con cara rara y al final, para intentar encontrar unas cervezas con las que poder continuar la noche, decidimos acercarnos a un campamento cercano. Bueno, cercano… Creo que estaba a unos 13 kms más o menos.
Así que cogimos el coche, y salimos en esa dirección. Conducía yo, y conseguí avanzar unos dos metros, me quedé atascado en la arena, así que uno de los guías se puso al volante y nos acercó al otro campamento donde no encontramos ni una sola cerveza.
Nos volvimos a nuestro campamento y pasamos las últimas horas de nuestra noche en una casucha donde ellos se reunían a charlar y reír.
Al día siguiente desayunamos en una mesa muy chula que nos habían montado entre dos dunas, y comenzamos el camino de regreso a Marrakech.
El camino era largo, por lo que hacíamos varios turnos para conducir.
Nuestro coche, no sé si por el peso de los 7 y los equipajes, o porque no llevaba bien regulada la altura de los faros, solía deslumbrar a los que venían en dirección contraria, y como la posición del volante solía tapar el chivato de las luces largas, en ocasiones dudábamos si es que las llevábamos puestas o no.
Al cruzarnos con un coche, nos dio las largas.
- Eso es que llevabas las largas. – Le dijo Rafa a Sergio que era quien conducía.
- No, llevaba las cortas. – Respondió Sergio.
- No, no. Llevabas las largas, que lo he visto yo. – Replicó Rafa.
- Llevaba las cortas. – Volvió a responder Sergio con un tono algo más serio.
- No, llevabas las largas, yo he visto el piloto, nos ha dado las luces porque llevabas las largas…. – Volvió a comentar Rafa de nuevo.
De repente Sergio freno el coche en la carretera, se dio la vuelta y exclamó:
- LLEVABA LAS CORTAS!!!! LLEVABA LAS CORTAS!!!!! LLEVABA LAS CORTAS VALE??????? JODER EL TIO ESTE QUE TODO LO TIENE QUE SABER!!!!!!!!!!
Todos nos quedamos helados. Sergio es el paradigma de la calma y la tranquilidad, pero había explotado como si toda la ira contenida durante dos vidas hubiera explotado de repente.
Nadie dijo nada, nadie abrió la boca, y Sergio quitó el freno de mano y se dispuso a continuar el camino cuando de golpe volvió a echarlo, se giró y preguntó:
- LLEVABA LAS CORTAS O NO LLEVABA LAS CORTAS?????????
- Si, si… - Respondimos todos entre susurros y casi al unísono.
Todavía hoy, cuando le recordamos a Sergio ese momento de descontrol nos reímos y no nos explicamos de dónde sacó tanto genio como para callarnos a todos.
Se hacía tarde y todos estábamos hambrientos, por lo que paramos en un pueblecito que había en la carretera y Carlos, como buen administrador bajó a comprar la cena.
Volvió contentísimo por el rendimiento que le había sacado a los diez dírhams que había decidido dedicar al avituallamiento:
- Mirad, una chocolatina para cada uno y un yogurt para compartir cada dos!!!!
El clamor fue general, tanto, que estuvimos quejándonos riéndonos durante el resto del camino de como pretendía llamar a eso cena.
Por fin llegamos a Marrakech y después de cenar, de nuevo Sergio, el niño y yo que seguíamos teniendo ganas de alargar de nuevo la noche, salimos con nuestras mejores galas a conocer la noche de Marrakech.
Debo decir que nuestras mejores galas, eran unas botas de montaña aun manchadas de barro, unos pantalones de montaña, y la camisa más limpia que encontramos en nuestro viaje.
Pero el relato de esa noche, quizás lo cuente en otra ocasión…. O quizás no.