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domingo, 30 de enero de 2011

Expedición a Tortuguero (Costa Rica)


Continuación de Expedición a Borneo; Los tiburones de Sipadan
David Chiapponi, resultó un chaval majísimo y todo un descubrimiento, ya que no sólo nos guió en Tortuguero, sino que nos descubrió un maravilloso lugar que pocos conocen.

Nos llevó en su ranchera al “puerto”. Este era un embarcadero a la orilla del rio donde las largas lanchas recogían a la gente para poder llevarlos a Tortuguero, ya que es la única manera de llegar.

Por el camino ya comenzamos a maravillarnos. El rio no llevaba mucho caudal, por lo que en ocasiones la barca encallaba y los barqueros tenían que bajarse a empujarla.



Por fin llegamos a Tortuguero. El caso es que hasta que no llegamos no me hice una idea de la apariencia que podría tener ese pueblecito. Fue entonces cuando caí en que en un pueblo al que solo se podía llegar en barca no podía haber coches, y así era, un lugar en el que cuando andas por la calle no tienes que prestar atención ninguna a semáforos o pasos de peatones.

Tortuguero era un lugar precioso y tremendamente pintoresco. David nos guió a las cabinas que habíamos reservado en La Pavona.

Éstas, al menos para lo que yo estoy acostumbrado eran más que suficientes, con unas toallas dobladas en forma de cisne en la cama y agua caliente en la ducha.

Rápidamente salimos a visitar el lugar. Paseamos calle arriba y calle abajo maravillándonos con la gente, con los colores de las casas y con los puestos que había por la calle.



Dada la hora, nos dirigimos a cenar en el Lodge de la familia de David “ a Casona” allí volvimos a sorprendernos con la tremenda simpatía que derrochaba su hermana y lo despierta y graciosa que resultaba su sobrina.

Sin saber muy bien que elegir de la carta, finalmente me decidí por probar el pollo al coco, ufffffffffff….. Aun lo recuerdo, estaba de muerte!!!!!!

Después de la cena nos quedamos disfrutando de la agradable sobremesa que nos ofrecía ese lugar tranquilo y apacible. Pudimos ver como la niña jugueteaba con un impresionante cangrejo violinista que se había acercado por si podía dar cuenta de algunas sobras.



Después de retirarnos, Yolanda y yo, excitados aun por el maravilloso lugar en el que nos encontrábamos y la imposibilidad de esperar al día siguiente para continuar explorándolo, salimos a dar un paseo.

A pesar de la prohibición de no ir a la playa por la noche para no molestar a las tortugas que pudieran estar allí desovando, nos dimos un paseo hasta ella a la luz de la luna para después deambular un poco por el lugar antes de retirarnos.



Por la mañana nos fuimos directos a la famosa pastelería Dorling’s Bakery donde nos fue difícil desayunar, ya que no sabíamos elegir entre tanta variedad de bollos y pasteles.

Poco después comenzábamos nuestra primera aventura en canoa con David, para explorar los canales de Tortuguero.

Mientras nos íbamos alejando del pueblo remando en la pequeña barca de David, las grandes lanchas a motor llenas de turistas nos adelantaban. A primera vista a cualquiera podría darle envidia tener que ir remando sabiendo que había posibilidades de ir cómodamente sentado en una lancha a motor, nada más alejado de la realidad.



Gracias al silencio que los remos nos proporcionaban, podíamos acercarnos aun más a los animales que nos íbamos encontrando, al ser una canoa pequeña podíamos maniobrar en los canales más pequeños y para colmo, David, no solo era una verdadera enciclopedia biológica, sino que su pausada voz y su manera de explicar nos hizo disfrutar de una experiencia única, adentrándonos en la naturaleza y sintiéndola en todo su esplendor.



Pudimos ver monos capuchinos bebiendo y jugando con el agua, caimanes, basiliscos, monos aulladores, iguanas, tucanes y ya no recuerdo cuantas especies de animales más.







Mientras volvíamos a Tortuguero y viendo como disfrutábamos de la naturaleza en su vertiente más salvaje, David nos comentó que conocía un hombre que estaba construyendo unas cabinas en lo más profundo de la selva. Por supuesto enseguida le dijimos que cuanto más perdida estuviera mejor y que por favor, por favor nos ayudara a encontrar a su amigo.

En cuanto llegamos se puso manos a la obra y un par de horas después ya había localizado a su amigo y éste ya venía en su lancha en nuestra busca.

Felipe era un lugareño de unos 50 años que junto a su mujer y sus hijos se había animado a construir unas cabinas a las que había denominado “Linda Vista” un precioso lugar en lo más recóndito de la selva con capacidad para no más de diez o quince personas.



Cuando llegamos éramos los únicos huéspedes junto con un canadiense que llevaba allí unos dos meses.

Las cabinas aun no estaban acabadas del todo, y debido a lo remoto del lugar no disponían de los servicios a los que estamos acostumbrados, por ejemplo el agua de la ducha provenía directamente del rio.



Lo mejor de todo es que disponían de doble mosquitera, ya que además de la propia que tenia la cama, en las ventanas, las arañas hilo de oro tejían sus redes, lo cual a nosotros nos venía muy, muy bien como medida preventiva para los mosquitos.



Felipe nos enseño los huesos de un jaguar que había encontrado cerca de su casa y poco después nos preparábamos para explorar la selva.

Nos pusimos en marcha adentrándonos en la espesura emocionados por poder explorar un lugar al que muy pocos turistas podrían haber llegado antes que nosotros.

Felipe, armado con su enorme machete nos iba enseñando la fauna más característica del lugar. No tenía la formación de David, pero demostraba el conocimiento de toda una vida en la selva ofreciéndonos frutos que nos íbamos encontrando por el camino, así como enseñándonos a reconocer el Baco, un árbol cuya savia ayuda a eliminar los parásitos del estomago.



Cuando regresamos a Linda Vista la mujer de Felipe nos estaba esperando con una deliciosa cena. De nuevo veíamos las diferencias. No se trataba del Pollo con Coco de Tortuguero, pero se notaba que la mujer había puesto toda su mejor voluntad para cuidar a sus nuevos visitantes.

Después de cenar nos acogieron de nuevo en el embarcadero, donde entre hamacas pudimos disfrutar de la preciosa luna llena que bañaba la noche.



Por fin y ya rendidos nos retiramos a descansar. Casi cuando ya estábamos a punto de acostarnos, Felipe vino a nuestra cabina a avisarnos.

Un enorme sapo toro deambulaba por debajo de una de las cabinas que estaba en construcción.



Salimos tan rápido a sacarles fotos que no caímos ni en ponernos repelente, pantalón largo o calcetines, por lo que se produjo una curiosa reacción en cadena. Si nosotros breamos al sapo toro a fotos, los mosquitos nos brearon a nosotros a picotazos, especialmente a Yolanda, a quien pudimos contabilizar más de 70 picaduras en un solo tobillo.

Si nos fuimos a la cama con una sorpresa, de igual manera amanecimos, ya que Yolanda nos despertó avisándonos de un nuevo descubrimiento. Un ternero recién nacido, tan solo con unas horas de vida y aun húmedo por los líquidos de la placenta se acurrucaba en una de las cabinas.

Después de desayunar comenzamos nuestra siguiente expedición, un viaje en lancha por los canales de la zona. Nos dirigimos al norte, por lo que finalmente llegamos a estar a muy poquita distancia de la frontera de Nicaragua cerca de la famosa Barra Colorado.



En nuestro camino pudimos descubrir de nuevo caimanes, monos… de nuevo en pleno contacto con la naturaleza y sin ningún tipo de contacto con turistas u otra gente que no fueran algunos locales pescando.





Nos adentramos en los canales mas estrechos en busca de animales, en uno de ellos, encontramos un caimán que parecía no alarmarse por nuestra cercanía.

Estábamos tan cerca que con tan solo alargar la mano se le podría tocar, claro, esa oportunidad no se puede dejar escapar, alargué la mano para intentar tocar la cola del caimán y éste de un coletazo, no solo nos puso perdidos de agua y barro, sino que nos hizo dar un brinco a los tres del susto.



Poco después quedamos encallados a la salida de otro de los pequeños canales. Primero comenzamos a empujar con los palos de la barca, pero al ver que no éramos capaces de movernos y ver como Felipe se bajaba a empujar, no nos quedó más remedio que bajar a ayudarle.

En seguida se me vinieron a la cabeza todos los cocodrilos que habíamos visto, el color del agua que era completamente color chocolate y la sensación de que era imposible saber si había uno cerca o no, curiosamente, en lugar de sentir miedo, me sentía aun mas dentro de la aventura que ya estábamos viviendo, por lo que emocionado continué empujando la barca, y ahora ya excitado por si se volvía a encallar.

De repente el cielo se cerró, unas nubes amenazantes se cernían sobre nosotros y casi sin darnos tiempo a reaccionar una tormenta tremenda nos cayó encima. El caso es que estábamos cerca de los treinta grados, por lo que abrimos los brazos y disfrutamos del agua cayendo sobre nuestras caras, tanto que incluso hoy, mi pasaporte aun tiene alguna parte algo decolorada que siempre me hace recordar este viaje.

Poco después regresábamos a Linda Vista para recoger nuestras cosas y emprender camino de nuevo a Tortuguero para que nos diera tiempo a coger la lancha de vuelta a la Pavona. Queríamos llegar a tiempo ya que de ello dependía que nos diera tiempo a emprender nuestra próxima aventura, la visita a un volcán activo en el Arenal.


























sábado, 1 de enero de 2011

Expedición a Malasia: Melaka, la Venecia Malaya


Nuestro viaje llegaba a su fin, debíamos volver a Kuala Lumpur para coger nuestro avión de vuelta a España, pero nos había gustado tan poco que decidimos cambiar nuestro destino por Melaka. Que inconscientes éramos de lo que allí nos esperaba.

Cogimos un avión en Kota Kinabalu para que nos llevara al aeropuerto de Kuala Lumpur. Curiosamente este se encuentra a 80 kilómetros de la ciudad, por lo que decidimos liarnos la manta a la cabeza e irnos a Melaka, que curiosamente se encuentra a la misma distancia del aeropuerto.

Nos dirigimos a un hotel que según la Lonely Planet estaba bastante bien, bueno, para mochileros tenía un pase, pero después de haber dormido en una casa de mala reputación, en la jungla de Borneo tirados en colchones bajo la amenaza de que las ratas y los monos nos royeran las mochilas y haber comido a las puertas del mercado de Semporna, pensamos ya habíamos sido lo suficiente mochileros y algo más durante este viaje.

La amabilísima chica que nos atendió nos recomendó otro hotel del mismo dueño que estaba mucho mejor, incluso el dueño se ofreció a recogernos.

Era un chino entradito en años que también resultó tremendamente amable, mientras nos llevaba a su hotel nos iba enseñando la ciudad y recomendando los lugares de mayor interés resultando un espléndido guía.

Después de asearnos rápidamente en el hotel, nos lanzamos a descubrir la ciudad.

Teníamos hambre por lo que nos metimos en el primer lugar que encontramos, “un restaurante chino”, bueno, restaurante o “bar”. Nos asomamos y no vimos mesa, aunque rápidamente se ofrecieron a acomodarnos en una mesa compartida con un señor que comía pollo con arroz picante, lo mismo que pedimos nosotros. Estábamos frente a la cocina, por lo que podíamos ver perfectamente sus cacerolas humeantes, como fregaban, etc.

Salimos encantados después de haber comido en un bar de “chinos para chinos”.

Sabíamos que había un barco que recorría el rio, así que nos animamos a probar. El rio era increíble, cruzado por preciosos puentes y dejando el impresionante barrio chino a un lado y la zona colonial portuguesa a otro. Los varanos nadaban libres por su cauce y encaramándose a las ramas de los árboles.


La ciudad nos comenzaba a sorprender y a enamorar, veíamos los lugares deseando bajar del barco para poder recorrerlos y visitarlos.

Cuando llegamos al puerto nos dirigimos al barrio chino. Habíamos leído que había una calle muy ambientada y queríamos encontrarla. No resultó tan fácil como pensábamos. Teníamos nuestro plano e incluso así no fuimos capaces de encontrar la entrada que buscábamos al barrio chino.

Como estábamos encabezonados en llegar, nos metimos en la primera calle que encontramos, una calle en principio anodina donde las tiendas o estaban cerradas o estaban cerrando.

Sin embargo cuando comenzamos a recorrerla fuimos encontrando pequeñas casas con una preciosa decoración a base de cabezas de dragón y farolillos, cada vez encontrábamos más, además nos sorprendió ver como la gente sacaba frutas y viandas a la calle y las quemaba junto a una especie de billetes de monopoly.




Poco a poco y ensimismados en un ambiente que era completamente distinto a todo lo que conocíamos nos fuimos introduciendo en el barrio chino.

Al principio no nos hacia especial ilusión después de la decepción que nos había causado el de Kuala Lumpur, pero este era distinto, daba la impresión que después de haber andado unas decenas de metros nos hubieran transportado a lo más profundo de China.

Continuamos explorando el barrio y maravillándonos con todo lo que nos íbamos encontrando.



Finalmente encontramos la calle que buscábamos, pero para entonces el barrio nos había atrapado con su encanto. Deambulábamos por él, sacando fotos, cambiándonos de acera para admirar la decoración de las casas, mirando a la gente que por allí hacia su vida y encontrando incluso a un chino que parecía el profesor del pequeño saltamontes, con su calvita, su toga y su bastoncito, no le faltaba de “ná”.

Al día siguiente amanecimos inquietos por explorar de nuevo la ciudad que nos estaba maravillando.



Decidimos dejar que un Tre Shaw nos guiara por la zona colonial donde se encontraba el Palacio del Sultán, los restos del fuerte Portugués, y un museo en forma de Carabela Portuguesa. Los visitamos todos viajando en el tiempo desde la época de los sultanes a las últimas batallas coloniales, descubriendo incluso que por un pequeño detalle técnico de alianzas y ocupaciones, Malasia durante un breve espacio de tiempo fue colonia Española.




Por la tarde salimos escapados a explorar de nuevo el lugar que más nos había gustado, el barrio chino.

Después de comer una extraña fusión de comida malayo-portuguesa decidí darme un masaje. Mientras tanto Yolanda pasearía por el barrio a sus anchas.

Después de que me dejaran como nuevo tras una hora de autentico masaje chino, me volví a encontrar con Yolanda en la puerta.

- ¿Qué tal? ¿Llevas mucho esperando?

- Bien, calla y vente que tengo que pintar un cuadro, corre…

- ¿Qué tienes que qué??????

En su paseo y después de interesarse por algunos cuadros de seda pintada, encontró una tienda donde le ofrecieron enseñarle a pintar su propio cuadro, por lo que fuimos hacia allí con la intención de que Yolanda diera rienda suelta a su creatividad.

Mientras a ella le enseñaban y comenzaba a practicar, ahora era yo el que se dedicaba a cotillear la zona.

Entre foto y foto y entre tienda y tienda, acabé dentro de una “tienda de chinos”. Desde luego no tenía nada que ver con las que tenemos en España, estas estaban llenas de productos para ellos, de figuritas, casi todas de carácter religioso que no bajaban de los 150 €. Tenía la intención de comprar algo para llevarme de recuerdo, pero resultaba imposible identificar ningún producto, entre que estaban en chino y que no se parecían a nada que tuviéramos aquí, me resultó imposible.



Tras pedirle permiso al tendero para sacar unas fotos de su tienda acabé hablando con él. Me estuvo explicando que la gente quemaba cosas porque precisamente ese día era la noche de los espíritus, por lo que era tradición sacar ofrendas a la calle y quemarlas para que los espíritus pudieran comer y no se vieran obligados a entrar en las casas de la gente.

El dinero que quemaban era de mentira y lo vendían también en esa tienda, así al quemarlo los espíritus podían cogerlo y comprarse lo que quisieran.

Mientras charlábamos y me explicaba, alguien entró a comprarle algo y mi sorpresa, ya llegó a su límite cuando vi que el tendero para cobrar lo que le debían utilizaba un ábaco.




- Si, ahorra energía.- me decía entre risas al ver mi cara de asombro.
Después de que Yolanda acabase su cuadro aprovechamos para visitar unos cuantos templos que había en la misma calle y donde el tendero me había avisado que habría una ceremonia en honor a los espíritus.

Nuestro viaje llegaba a su fin, no solo el viaje a Malasia, sino el corto tiempo que habíamos pasado en una ciudad que desde el primer instante supo cautivarnos, sorprendernos y que supo descubrirnos la capacidad de Malasia para conjugar distintas culturas, sacando lo más bello de cada una de ellas.