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domingo, 16 de octubre de 2011

Expedición a Marruecos: El desierto del Sahara



En nuestro Mitshubitsi Pajero, donde pasábamos gran parte del día, y que casi se podía asemejar a un gran hermano, los que allí viajábamos, cada uno de nuestro padre y de nuestra madre, creábamos un pequeño ecosistema que iba de sitio en sitio buscando aventuras:


LA FAUNA:

Carlitos (El pater). Como siempre era la voz de la razón dentro del grupo, dueño y señor del bote y administrador de nuestras cuentas. Era el guía del grupo, se había empapado el itinerario y en todas las decisiones que tomaba el grupo él siempre aportaba la cordura, bueno, en todas menos en la compra de las dos lámparas…

Víctor (El niño). Con sus 22 años era el más joven del grupo. Generalmente tranquilo, hasta que algo excitaba su cabecita y soltaba alguna frase con la que teníamos para risas durante dos días.

Marina (Marinilla). Siempre rebelde e impulsiva era un mundo aparte.

Sebas: Era el más discreto del grupo, a veces pienso que se limitaba a intervenir poco porque era mucho más divertido mirarnos como si fuéramos los protagonistas de Friends o alguna serie por el estilo.

Sergio (Sergiete). La paz y la calma personificada. Balanceaba la ecuación entre la cordura de Carlos y mis disparatadas ideas, posicionándose a un lado u otro siempre con tacto y buena mano.

Rafa: Era el nuevo en el grupo. Rápidamente pudimos notar que no tenía mucha experiencia en este tipo de viajes, especialmente cuando se trajo desde España “Una saca” de comida. Era el despiste personificado, lo perdía absolutamente todo y nunca encontraba nada. Por otro lado, era una verdadera enciclopedia, hablaras de lo que hablaras, él sabía más.

Y yo, que si ya me conocéis, al menos por mi blog, ya supondréis que soy la persona más normal del mundo……

Una vez toda esta fauna recogió el coche del aparcamiento de Imlil, nos dirigimos a Zagora para desde ahí llegar a Mhamid.

El paisaje iba cambiando. Ahora las montañas ya no eran el elemento dominante, poco a poco, las grandes explanadas desérticas se iban haciendo más presentes.

Hicimos una parada en una curva ancha donde un anciano conseguía algunas propinas con las fotos que los turistas se hacían con sus camellos o su camaleón.





Cuando llegamos a Mhamid, comenzamos la negociación con uno de los organizadores de excursiones al desierto mientras nos invitaba a tomar un te.

Contratamos una Jaima para pasar la noche y un guía que nos acompañaría y conduciría por nosotros en las dunas…… Conducir por nosotros?????????????

Ahí es donde comenzó nuestra verdadera negociación, nosotros queríamos conducir, y él insistía e insistía en lo difícil que es conducir por el desierto, pero finalmente, nuestra insistencia dio su fruto y acabó accediendo.

Conducir por las dunas resultó toda una experiencia, era como navegar en el mar, el coche iba dando suaves bandazos de lado a lado. Nuestro guía iba haciendo recomendaciones, “ahora acelera, más despacio por aquí…”

El camino era largo, así que paramos a hacer un descanso en un Oasis, si, en un Oasis. Son como los que salen en las películas, de repente, nace un hilo de agua que se transforma en un rio de unos cien metros. No sabes de donde sale, y no comprendes como puede desaparecer así de fácil, pero árboles, plantas y arbustos se arremolinan a su alrededor.



Llegamos a la Jaima y nos acomodamos rápidamente, fue curioso, pero sin hablarlo, el grupo de disgregó, tan solo compartimos juntos una caída rodando desde una de las dunas, donde Sergio, el niño y yo, nos dejamos caer. Después de eso, no sé qué hicieron los demás, creo que cada uno procuraba disfrutar de esos momentos.

Yo por mi parte, paseaba de duna en duna. Subía a lo alto de algunas de ellas, tocaba la arena, jugaba con ella, miraba el horizonte donde un mar de dunas parecía no tener fin.

El paisaje era espectacular, por lo que finalmente, caí rendido ante él y acabé disfrutando del atardecer sentado en lo alto de una duna y absorto, no sé si en mis pensamientos, o en las preciosas imágenes que el sol me regalaba en su despedida.



Nos ofrecieron una cena exquisita a base de tallín. Después de la cena y arropados por las dunas, pudimos observar y disfrutar el cielo del desierto charlando tranquilamente, casi en susurros, para no romper la magia del momento.

Llegó la hora de irnos a dormir, y así hicimos, bueno, casi hicimos, porque llegamos a preparar los sacos pero Sergio, el niño y yo todavía queríamos sacar un poquito más de partido a la noche.

Salimos a dar una vuelta y nos encontramos con tres Tuaregs con los que comenzamos a charlar y a animarnos.



Nos ofrecieron carne de camello, que sabía cómo un jamón serrano correoso y lleno de grasa, para ayudar a tragarlo me ofrecieron una botella de agua para que diera un trago. Al beberla comencé a toser como un descosido, no era agua, sino Whisky de Dátil. Me había pillado por sorpresa, pero es que además resultaba realmente fuerte y comencé a toser y toser, hasta que pude recomponerme.

El caso es que hicimos buenas migas y nos invitaron a una fiesta que celebraban dos dunas más allá.

Acabamos cantando con ellos, bebiendo Whisky de dátil y de risa en risa, acabaron los canticos acompañados por gritos agudos y golpes de tambor sobre bidones.

Aún era pronto para nosotros, nos apetecía algo más de juerga, por lo que Sergio les preguntó a nuestros dos compinches:

- Bueno, y aquí por donde se sale?

Nos miraron con cara rara y al final, para intentar encontrar unas cervezas con las que poder continuar la noche, decidimos acercarnos a un campamento cercano. Bueno, cercano… Creo que estaba a unos 13 kms más o menos.

Así que cogimos el coche, y salimos en esa dirección. Conducía yo, y conseguí avanzar unos dos metros, me quedé atascado en la arena, así que uno de los guías se puso al volante y nos acercó al otro campamento donde no encontramos ni una sola cerveza.

Nos volvimos a nuestro campamento y pasamos las últimas horas de nuestra noche en una casucha donde ellos se reunían a charlar y reír.

Al día siguiente desayunamos en una mesa muy chula que nos habían montado entre dos dunas, y comenzamos el camino de regreso a Marrakech.



El camino era largo, por lo que hacíamos varios turnos para conducir.

Nuestro coche, no sé si por el peso de los 7 y los equipajes, o porque no llevaba bien regulada la altura de los faros, solía deslumbrar a los que venían en dirección contraria, y como la posición del volante solía tapar el chivato de las luces largas, en ocasiones dudábamos si es que las llevábamos puestas o no.

Al cruzarnos con un coche, nos dio las largas.

- Eso es que llevabas las largas. – Le dijo Rafa a Sergio que era quien conducía.

- No, llevaba las cortas. – Respondió Sergio.

- No, no. Llevabas las largas, que lo he visto yo. – Replicó Rafa.

- Llevaba las cortas. – Volvió a responder Sergio con un tono algo más serio.

- No, llevabas las largas, yo he visto el piloto, nos ha dado las luces porque llevabas las largas…. – Volvió a comentar Rafa de nuevo.

De repente Sergio freno el coche en la carretera, se dio la vuelta y exclamó:

- LLEVABA LAS CORTAS!!!! LLEVABA LAS CORTAS!!!!! LLEVABA LAS CORTAS VALE??????? JODER EL TIO ESTE QUE TODO LO TIENE QUE SABER!!!!!!!!!!

Todos nos quedamos helados. Sergio es el paradigma de la calma y la tranquilidad, pero había explotado como si toda la ira contenida durante dos vidas hubiera explotado de repente.

Nadie dijo nada, nadie abrió la boca, y Sergio quitó el freno de mano y se dispuso a continuar el camino cuando de golpe volvió a echarlo, se giró y preguntó:

- LLEVABA LAS CORTAS O NO LLEVABA LAS CORTAS?????????

- Si, si… - Respondimos todos entre susurros y casi al unísono.

Todavía hoy, cuando le recordamos a Sergio ese momento de descontrol nos reímos y no nos explicamos de dónde sacó tanto genio como para callarnos a todos.

Se hacía tarde y todos estábamos hambrientos, por lo que paramos en un pueblecito que había en la carretera y Carlos, como buen administrador bajó a comprar la cena.

Volvió contentísimo por el rendimiento que le había sacado a los diez dírhams que había decidido dedicar al avituallamiento:

- Mirad, una chocolatina para cada uno y un yogurt para compartir cada dos!!!!

El clamor fue general, tanto, que estuvimos quejándonos riéndonos durante el resto del camino de como pretendía llamar a eso cena.

Por fin llegamos a Marrakech y después de cenar, de nuevo Sergio, el niño y yo que seguíamos teniendo ganas de alargar de nuevo la noche, salimos con nuestras mejores galas a conocer la noche de Marrakech.

Debo decir que nuestras mejores galas, eran unas botas de montaña aun manchadas de barro, unos pantalones de montaña, y la camisa más limpia que encontramos en nuestro viaje.

Pero el relato de esa noche, quizás lo cuente en otra ocasión…. O quizás no.






domingo, 19 de junio de 2011

Expedición a Marruecos: Ascensión al Ras, 4.084 Mts.



Comenzamos la ascensión al refugio. Sin hablarlo previamente y mientras caminábamos, acabamos haciendo dos grupos, Marina y yo comenzamos el ascenso muy muy despacio. Yo tenía claro que quería subir así, por un lado, es la mejor manera de calentar los músculos y por otro, subir poco a poco ayuda mucho para mitigar el mal de altura.



Pasito a pasito íbamos ganando terreno, “nuestro paseo”, hacía que prácticamente no nos hiciera falta parar a realizar descansos, y así, podíamos ir deleitándonos con los impresionantes paisajes que la cordillera del Atlas iba regalándonos a nuestro paso.



Unas horas después conseguíamos llegar al refugio. Nos instalamos eligiendo las literas donde pasaríamos nuestra noche, y dedicamos el tiempo que nos sobraba a pasear alrededor del refugio, explorarlo y cenar (los que podían), discutiendo si les gustaba lo que habían comprado en Marrakech, o era mejor la comida con la que Rafa cargaba desde España.

Al día siguiente llegaba por fin el momento de preparar el ataque a la cima del Ras. Cuando nos levantamos salimos a contemplar el precioso amanecer que nos anunciaba un maravilloso día de montaña.





A pesar de no haber comido casi nada en dos días me encontraba bien, por lo menos, la altura todavía no me había afectado, ya que todo el mundo tenía, o un ligero dolor de cabeza, o al menos algunas molestias, pero como soy muy afortunado en ese sentido (en cómo me afecta la altura), tuve la suerte de no sentir nada de momento.

El camino era completamente desalentador, una enorme subida completamente nevada se mostraba ante nosotros para acabar en el collado Tizi-Ougane, donde habría que girar a la derecha para poder continuar.
Comenzamos a andar exactamente igual que el día anterior, pasito a pasito, ganando terreno lentamente sobre la nieve. Cada vez que llegábamos a alguna loma, la siguiente era aún más empinada, pero ahí seguíamos, entre risas y pasitos dirigiéndonos a nuestro objetivo.

Cuando por fin llegamos al primer collado (3.750 Mts.), nos tomamos un respiro y comimos algunas barritas para coger fuerzas y encarar la parte más dura de la ascensión.


Continuamos por la cresta, pasando por una trepadera y algunas zonas bastante expuestas a unas simpáticas caídas, para acabar ascendiendo por un tubo de unos 50 metros, que nos llevaría a la última loma antes de encarar la cima.

La subida y la altura, cada vez nos pasaban más factura, y a cada paso que dábamos sentíamos más la falta de oxígeno y de energía. En cualquier caso, superamos sin dificultad el camino hasta pasamos el tubo. A partir de ese momento fue cuando comenzó a hacerse más duro. La nieve estaba blanda, por lo que cada vez costaba más avanzar y la altura (ahora sí), comenzaba a minarnos. Andábamos cinco pasos, respirábamos y andábamos otros cinco pasos, de manera que aunque fuéramos despacio, no dejábamos de avanzar.

Marina, Sergio y yo habíamos hecho grupo, por lo que nos íbamos ayudando y animando. Yo me había adelantado ligeramente, siempre a una distancia donde pudiera comprobar que Marina (a la que más le estaba costando) se encontraba bien y continuaba. Me tranquilizaba que Sergio fuera con ella.


Sin embargo, la debilidad de los días sin comer se apoderaba de mí, hasta el punto que a apenas 150 Mts. De la cima, tuve que sentarme a descansar incapaz de dar un solo paso más.

Me encontraba exhausto y me quité los guantes para poder comer una barrita energética, el viento me arrebató uno de ellos, depositándolo a apenas un metro de mí. Cuando hice el intento de alargar el brazo para cogerlo, me sentí completamente incapaz, hasta el punto de desistir, corriendo el riesgo de que el viento se lo acabara llevando definitivamente. Me sentía completamente derrotado.

Bebí algo de agua para hidratarme y comí un par de barritas para conseguir algo de energía, pero la realidad, solo me dedicaba a luchar contra mi mente, que no hacía más que decirme que en esas condiciones y por cerca que estuviera, no conseguiría alcanzar la cima. Yo peleaba y peleaba, no podía abandonar estando tan cerca y unos minutos después, algo que no esperaba me sorprendió de una manera impresionante.

El agua y las barritas, habían hecho su efecto. No es que me sintiera el más fuerte del mundo, pero mi cuerpo comenzaba a reaccionar, alcancé mi guante, cosa que unos minutos atrás me parecía una gesta faraónica, por fin me puse en pie, y encaré esos pocos metros que me separaban de mi objetivo.

Sergio continuaba con Marina, le ofrecía unos botecitos pequeños de mermelada energética. Ahí aprendí lo prácticos que son, ya que a esa altura y con ese cansancio cuesta hasta masticar.

Mientras yo me recuperaba, ellos me habían adelantado, así que consiguieron hacer cima unos cinco o diez minutos antes que yo, pero al final, pudimos reunirnos todos allí y celebrar nuestro triunfo.




Es evidente que hacer cima y superar los esfuerzos necesarios para conseguirlo, depende no solo de lo que sea capaz de hacer tu cuerpo, sino de lo que tu mente sea capaz de luchar. Si, es algo psicológico, ya que al estar allí arriba, todo el cansancio desaparece y se convierte en la alegría de disfrutar el logro conseguido.

Carlos, Rafa, Salva y Víctor, emprendieron rápidamente camino para aprovechar y alcanzar la cima del Timesguida, pero Marina, Sergio y yo, decidimos quedarnos en el Ras para disfrutar todo lo posible ese momento.

No pudo ser mucho, ya que el tiempo empeoraba muy rápidamente y unos nubarrones negros amenazaban con fastidiarnos el día, así que poco después comenzamos el descenso para evitar acabar encontrándonos en una situación peligrosa.




Bajamos con cuidado por el tubo, y no tardamos mucho en volver a alcanzar el collado de Tizi-Ougane, a partir de ahí el descenso se aceleró. Ya no andábamos, sino que nos dejábamos caer por la ladera frenándonos con los piolets cuando la velocidad se pasaba de la raya. El descenso se convirtió en algo festivo, entre carreras, deslizamientos y algún que otro guantazo por hacer el cabra.

Cuando llegamos al refugio y viendo que aún era pronto, yo apostaba por que aprovecháramos el día y continuáramos la bajada hasta Imlil, pensando que allí podríamos descansar mejor que en el refugio y podríamos ganar un día para el resto del viaje, pero al final, se impuso la idea de quedarnos, bueno, eso fue hasta que Marina y Rafa juntaron dos cables que acabaron dando un chispazo tal, que hizo que mientras yo me encontraba deshaciendo mi mochila y preparándome para pasar allí la noche, Marina me dijera:

             - Escarpiiiiiin, vámonos!!! - así que rápidamente prepararé mis cosas y emprendimos camino.

Antes decía que la mente podía hacerte llegar a cualquier sitio, hay otro factor más, la mala leche.

Marina había llegado al refugio completamente derrotada, hasta casi mareada, pero la mala leche que le había entrado con el chispazo, hizo que cogiera un ritmo hacia Imlil que me costaba seguir.

Se nos acabó haciendo de noche, por lo que la última hora y media tuvimos que recorrerla en la oscuridad, pero por fin llegamos a Imlil, aunque no sabíamos muy bien dónde dirigirnos, ya que no conocíamos el pueblo.

Comenzamos a recorrerlo con la esperanza de encontrar, al menos una pensión donde pasar la noche, pero de repente encontramos nuestro propio oasis. Un precioso Riad apareció ante nosotros.

Parecía que habíamos llegado a un sitio sacado del cuento de las mil y una noches. Los pasillos y recibidores eran preciosos, la habitación tenía una cama donde para poder hablar entre marina y yo, casi teníamos que gritarnos, por fin una ducha calentita, y el comedor…. El comedor solo podía describirse como suntuoso.



Después de ducharnos y cenar unas brochetas de pollo, tortilla y ensalada (era lo único que no picaba), por fin llegó el merecido descanso.



Por la mañana descubrimos que podíamos desayunar como reyes en la preciosa azotea que tenía, y que además nos dejaba ver el camino por donde nuestros compañeros debían llegar.




 
Cuando nos encontramos y después de enseñarles el lugar donde nos habíamos sentido como sultanes y acompañarles en su desayuno, nos dirigimos al coche, donde pudimos comprobar que la influencia de ese simpático abuelillo con gafas gruesas, había hecho que nuestro coche estuviera intacto, por lo que cargamos todo nuestro equipaje y tomamos rumbo a nuestra nueva aventura, el desierto del Sahara.


domingo, 12 de junio de 2011

Expedición a Marruecos: Marrakech - Imlil


Después de la experiencia en El Cairo, no me apetecía mucho volver a visitar el mundo árabe. Pero en esta ocasión la idea era alcanzar la cima de un 4.000, El Ras, de 4.083 Mts. Por lo que me acabé animando.

La expedición de Los Últimos estaba compuesta por Sergio, Carlitos, Marina, Rafa, Víctor, Salva y yo.

Después de llegar al precioso aeropuerto de Marrakech y que una furgoneta nos llevara a las inmediaciones de la plaza Djemma El-Fná, nos dirigimos a un pequeño hostal situado muy cerca de la plaza y nos distribuimos las habitaciones. A mí me tocó compartir con Sergio una con seis camas y una espléndida terraza con vistas a la plaza.

Después de acicalarnos, nos dirigimos a dar un paseo y buscar a los famosos comandos pajilleros.

La plaza era un hervidero de gente que iba y venía, disfrutaba de las comidas que ofrecían en los tenderetes, los zumos, frutos secos o dátiles que vendían en los puestos ambulantes, o visitando el impresionante Zoco.








Como primera visita estuvo genial, volvimos a cenar en el restaurante del hotel, que ofrecía un bufet libre amplio, picante pero amplio y sabroso. Estaba muy bien porque las mesas estaban rodeadas de sillones con cojines, donde podías recostarte y cenar medio tumbado.

La mañana siguiente la aprovechamos para conocer algo más la ciudad, aprovisionarnos y buscar un 4x4 que nos condujera a nuestro destino.


El tema del aprovisionamiento fue curioso, tuvimos que encontrar un supermercado tipo Carrefour, donde pudimos encontrar todo lo que necesitábamos, pero incluso así, Rafa seguía en sus trece de que lo mejor era hacer lo que había hecho él, que era traerse una bolsa de viaje enorme llena de comida, temiendo que en un país como Marruecos no pudiera encontrar nada con qué alimentarse.

Después recorrimos varias agencias de alquiler de coches buscando un todo terreno, bueno, no, un todo terreno lo buscábamos solo unos pocos, porque Rafa y después Carlos influido por él, preferían alquilar un par de Dacias. El motivo no era otro que el temor que tenían a lo que podríamos llegar a hacer los más atrevidos del grupo con un 4x4. Finalmente pudimos imponernos, y nos ofrecieron un espléndido Mitsubishi Pajero, al que nos emperramos que pusieran una baca. Menos mal, porque a pesar de que el coche era muy grande, meter dentro a los 7 y todos los equipajes incluyendo el bolsón de comida de Rafa, habría sido algo complicado.

Durante el día, ya comencé a encontrarme un poco extraño, y según iba avanzando pude darme cuenta de que la noche anterior debí comer algo que me había sentado mal, no sé si sería el agua, el hielo de alguna Coca-Cola, alguna verdura lavada con agua del lugar o qué, pero una terrible diarrea se iba apoderando de mi según iban avanzando las horas.

Nuestro día acabó con un paseo por el Zoco que tuvo un tremendo impacto en el resto del viaje. Carlos, decidió que había encontrado el chollo de su vida y que no podía dejar escapar la oportunidad de comprar dos enormes lámparas para su casa. Si, todavía nos quedaba un viaje a un pico de 4.000 Mts y otro al desierto del Sahara, pero no, las lámparas no podían comprarse a la vuelta, tenían que comprarse en ese preciso momento.



Después de pasar la noche entre visitas al cuarto de baño y retortijones, la expedición de los 7 Últimos y sus lámparas comenzó el viaje a su primer destino, Imlil.

Conducíamos a turnos disfrutando de los impresionantes paisajes que encontrábamos por el camino, parando cuando nos apetecía y en ocasiones visitando algún pueblecito que nos llamaba la atención.






Finalmente, se nos hizo de noche y todavía nos quedaba por cruzar la cordillera del Atlas. Además de tener que conducir por esa estrecha carretera durante la noche, una niebla cerrada decidió acompañarnos precisamente en los tramos más peligrosos. De verdad, no recuerdo haber conducido nunca por una carretera que tuviera caídas de más de mil metros a un paso de la rueda.

Debo decir que Rafa era una persona tremendamente despistada, y mientras conducía en esas condiciones se daba la vuelta para preguntarnos cosas, a lo que todo el grupo gritaba al unísono:

- RAFA!!!!!!! MIRA HACIA DELANTE POR DIOS!!!!!!!!

Creo que todos sufríamos el miedo a que se nos pudiera ir el coche en un momento de despiste, tensión que solo consiguió romper el comentario de Víctor:

- Le doy un premio al que consiga ir con la espalda pegada al respaldo.

Y es que todos íbamos inclinados hacia delante intentando ver la carretera.

Cuando por fin llegamos a terreno llano pudimos relajarnos, aunque nuestras ganas de aventura y de descubrir ese país estaba presente en todos nosotros, como se pudo comprobar cuando alguien grito:

- Un lobo!!!!!

- Noooo, Es un zorro,

- Es un coyote…

Aunque finalmente nuestro gozo quedó en un pozo, cuando nos dimos cuenta de que se trataba de un simple perro que vagaba por allí.

Paramos a cenar en un bar de carretera. Estaban todos viendo un partido de futbol entre el Getafe y no se quien, pero nos valió para repostar tanto el coche como para recuperar las energías que habíamos dejado en la carretera de los acantilados.

Ahí vino nuestra primera duda, ya que al ver los surtidores en árabe no sabíamos cuál de ellos sería diesel y cual gasolina, por lo que todos estallamos en carcajadas cuando Víctor preguntó:

-Vale, que ponemos, gusanito, gusanito, culebrilla, o culebrilla, culebrilla, gusanito

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Poco después buscamos un hotel de carretera para hacer noche y poder continuar camino el día siguiente.

Madrugamos y pudimos llegar pronto a ese precioso pueblecito con nombre de villa del Señor de los Anillos, Imlil.

Allí dejamos el coche en un aparcamiento vigilado por un viejecito de gruesas gafas. Al verle pensabas que ese hombre no podría garantizar la seguridad del coche, pero se ve que era una especie de patriarca, ya que si dejas ahí el coche, puedes estar seguro de que nadie le hará nada.

Cogimos únicamente el material necesario de montaña y dejamos el resto en el coche y nos dispusimos a comenzar la ascensión.

Debíamos llegar al refugio que se encuentra a 3.250 Mts. De altitud, y yo comenzaba la ascensión preocupado, ya que aún me acompañaba la diarrea, y no había podido comer nada desde la primera noche, solo tés y algún que otro yogurt. Evidentemente llegaba muy débil si quería hacer cima, y eso era algo que me preocupaba.




domingo, 29 de mayo de 2011

Expedidición a Costa Rica: En busca del tiburón Tigre



Entre risas queríamos preparar un par de noches de verdadera supervivencia, ya que a los dos nos había encantado la experiencia. La idea en esta ocasión era pasar esas dos noches fuera del parque, en la finca de Jaguar de Oro. Lo malo es que esa noche cayó otra tromba de agua, y aunque la idea de irnos a hacer más supervivencia nos apasionaba, la lluvia nos disuadió.

Charlando de todo un poco, sobre las posibilidades que ofrece la zona y cosas que se nos ocurrían para hacer, Donny, no sé cómo acabo contándome que tenía un amigo que pescaba tiburones tigre…

- ¿Qué pesca tiburones tigre?

- Si

- ¿Y bucea?

- Si

- ¿Y de verdad sabe dónde localizarlos?

- Si

Así que le animé a que contactara con su amigo y nos llevara a bucear con ellos. Donny que había disfrutado de nuestra aventura como un niño pequeño se apuntó enseguida.

Al día siguiente yo bajaba a Guadalupe, pasaría allí la noche donde un simpático y atento Roberval me acogía en su casa. Durante el día, y dado lo bien que me habían tratado en Jaguar de Oro, nos dedicamos a hacerles una web a duras penas, ya que la cobertura de internet se iba y venía cada dos por tres.

Esa noche, pude disfrutar de una magnifica velada con Rober, charlando sobre Jaguares, sobre la protección de la naturaleza, sobre como el trabajo con las comunidades que viven alrededor de los parques nacionales son la clave de la protección, etc.


Al día siguiente y después de haber peleado por la noche con algún que otro coleóptero y los omnipresentes “zancudos” (así llaman a los mosquitos allí), Donny, su hermano Adonis y yo, nos dirigimos a la playa de La Palma, donde su amigo nos esperaba en su bote.

Nos adentramos en el mar con bastante cuidado, al menos por mi parte, ya que cada vez que alguien iba a hacer algo dentro del bote, el resto teníamos que movernos calculando el contrapeso necesario para no volcar.

Por fin llegamos a la zona que el “Capitán” indicó como la que más probabilidades tenia de que hubiera tiburones tigre.

Cuando me puse las gafas de bucear y vi que era el único que parecía que se iba a tirar al mar, le pregunté al “Capitán”

- ¿tú no te vas a meter?

- ¿Yo????? Yo con tiburones puntas blanca, puntas negra, nodrizas… con esos sí, con el tiburón tigre yo no buceo, ese es muy agresivo.

Por lo que el único que iba a tirarse al agua en vista de la situación era yo….

- Bueno vale – dije en un arrojo de valor- pues déjame un arpón.

- No tengo, no puedo llevarlo, esto es reserva y solo puedo llevar anzuelos.

- Bueno, pues déjame alguna vara de metal, ¿tendrás no?

- No.

Así que armado con las gafas de bucear y el cuchillo que me había comprado en Puerto Jiménez al llegar, me tiré a un agua lo suficientemente turbia como para no ver a más de dos o tres metros….

El corazón me iba a cien, por un lado la emoción de poder ver y nadar con un tiburón tigre era inmensa, procuraba recordar todo lo visto en los documentales sobre cómo actuar, como moverse, etc., pero por otro lado, la sensación de que un enorme escualo pudiera emerger de cualquier lugar y en cualquier momento, me hacía estar en permanente alerta… y por qué no reconocerlo, un miedo de narices!!!!

La corriente era muy fuerte, por lo que me costaba bastante nadar, así que el “capitán” decidió que era mejor ir a otro lugar.

Al ver que a mí no me había pasado nada, Donny se animó, fuimos buscando en distintos lugares, pero no había suerte, ese día los tiburones no querían salir.

En el barco llevábamos carnaza, así que empezamos a tirar al mar pescados a ver si había suerte, incluso yo me baje con uno en la mano, que llevaba por el fondo del mar con un sedal y nada, solo el comentario del “capitán” cuando me tiré con el pez, de…

- Tú verás, el brazo es tuyo.

Al volver a La Palma, Donny encontró a un amigo que me llevaría a Puerto Jiménez de vuelta por tan solo 10 $, lo cual nos obligaba ya a afrontar el momento de la despedida.

La frase que me dijo Donny cuando le pregunté cuanto le debía, no la olvidaré jamás.

- Solo te puedo cobrar el alojamiento y la comida, el resto… el resto no sé cómo pagártelo….

Con un gran abrazo me despedí del que sin duda ya es un muy buen amigo, y a quien espero volver a ver en alguna otra ocasión.

Pasé un par de noches descansando en Puerto Jiménez para reponerme, mi aventura había llegado a su fin, solo me quedaba tomar los vuelos de vuelta que me llevarían de regreso a España.

De nuevo llegaba con bastante antelación al aeropuerto de San José, por lo que para poder descansar y estar más a gusto, decidí acomodarme en la sala Vip, donde todavía me quedaba una última sorpresa en este viaje.

Los cuatro finalistas de la edición italiana de Supervivientes también esperaban allí su vuelo.

Nos enfrascamos en una apasionante conversación sobre supervivencia, comparábamos a quien le habían picado más los mosquitos, etc. Pero sobre todo, me ponían los dientes largos contándome lo que supone intentar sobrevivir en una isla desierta, así que el vuelo de vuelta lo realicé con mi imaginación completamente excitada, soñando sobre las nuevas aventuras que quizás un día podría llegar a vivir.

No había conseguido mi objetivo de poder avistar un Jaguar, sabía muy bien que era una empresa casi imposible, pero las experiencias que pude vivir allí, harán de este uno de esos viajes que jamás olvidaré.