Continentes

miércoles, 12 de mayo de 2010

Nepal: Las tierras altas del norte (El Himalaya)



Después de mi primera aventura en La Terminal, aterrizaba en el aeropuerto de Katmandú. Allí conocí a un par de chavales daneses con los que compartí el taxi que les llevaba a su hotel en el barrio del Thamel. Pensé que una vez en Thamel buscaría un hotel, pero charlando con ellos durante el trayecto, me gustó lo que oí y pensé que su hotel, sería un buen sitio para pasar la única noche que pensaba estar en Katmandú si tenía suerte y podía conseguir un vuelo para el día siguiente con destino Lukla.

Cuando llegamos al hotel decidimos compartir una habitación grande para tres, nos salía muy bien de precio, ya que por 350 Rupias cada uno, disponíamos de una habitación grande y espaciosa.

Para que os podáis hacer una idea, 100 rupias corresponden a un Euro, por lo que el precio de la habitación me pareció mucho más que razonable.

Dejé mis cosas en el hotel y salí rápido, ya que un conocido del taxista me dijo que tenía una agencia de viajes y se ofreció a gestionarme el billete de avión para el día siguiente.

Me fui con él recorriendo por primera vez el animado y bullicioso barrio del Thamel, pensando que si me llevaba muy lejos no sería capaz de encontrar el camino de vuelta en ese complicado entramado de calles.

Subimos a lo que él llamaba “su agencia”, la segunda planta tras una pequeña puerta en un callejón sin luz era su centro de operaciones. Hizo unas cuantas llamadas, y me confirmó que sí, que por 210 $ podría tener un vuelo a primera hora del día siguiente y además, me ofrecía pagar con visa. No me daba demasiada confianza, pero era mi única oportunidad de poder salir cuanto antes dirección Lukla, por lo que accedí y salí de allí con un billete de ida y uno abierto en fecha para la vuelta.

Mientras volvía al hotel y vista la amplia gama de equipamiento para montaña que encontraba a mi paso, me compré un buen saco, un plumas interno y unos bastones. Cené en un bar de comida local y volví a mi habitación.

Todo había sucedido muy rápido, las aventuras en La Terminal, mi llegada a las 7 de la tarde a Katmandú casi sin tiempo para organizar la compra de mi billete y el material necesario, por lo que todavía no era consciente de lo cerca que estaba del comienzo de mi sueño.

Me acosté pronto y al día siguiente muy temprano un taxi me volvía a llevar al aeropuerto de Katmandú, esta vez a la terminal de los vuelos domésticos.

Cuando pude canjear los billetes que me habían entregado la noche anterior por las tarjetas de embarque respiré más tranquilo. Todo iba bien, el vuelo salía a las 8:30 hrs y eran las 7 por lo que llegaba con tiempo para coger mi vuelo…

Y con tanto tiempo!!!!, el vuelo salió a las 13:30. Una mujer que era la responsable de mi línea aérea Agni Air, pasaba por allí de vez en cuando y decía que es que el vuelo estaba retrasado porque hacía mucho viento en Lukla. Cuando un vuelo salía, ella y las otras responsables de aerolíneas gritaban a voces el vuelo que iba a salir, eso era un verdadero caos y es ahí donde comienzas a recordar otros viajes y piensas que es momento de adaptarte a los tiempos y costumbres del país que visitas.

Por fin estaba volando a Lukla, tranquilo al principio, pero los nervios comenzaron a invadirme cuando los pilotos empezaron a ponerse nerviosos. Volábamos entre nubes, casi sin visibilidad, discutían entre ellos y se quejaban de que el gps no les funcionaba bien. Supongo que el gps no era lo único que no funcionaba bien porque pulsaban un montón de botones muchas veces y se quejaban de algo que no era capaz de comprender, solo sé que se les veía realmente tensos y claro, después de haber visto como es ese aeropuerto… pues uno se intranquiliza un poquito.

Por fin la pequeña pista apareció ante nosotros, nos acercamos hacia ella mientras continuaban discutiendo y por fin, con un buen golpe en las ruedas tomamos tierra.

Confieso que al bajar a tierra respiré tranquilo, no suelo pasar miedo en los vuelos, pero este…, este no es un vuelo habitual.

Recogí mi mochila y me puse rápidamente en camino, el retraso del avión me hacía modificar mi plan por lo que tenía que aprovechar todo el tiempo de luz que quedaba.

Mientras cruzaba Lukla, pasando al lado de algunos Yacks aun continuaba sin ser consciente de donde estaba.

Nada más salir de Lukla me encontré con la primera sorpresa, sorpresa que me acompañaría durante todo el treking.

Pensaba que desde Lukla iniciaría mi ascenso hacia el Campo Base del Everest, nada más lejos de la realidad. Lo que comencé fue un descenso pronunciado.

Había leído algo al respecto, sabía que después de Lukla se perdía altitud, y pensaba que después comenzaría la cuesta arriba.

Pues no. El treking por el Himalaya no es como el resto, generalmente cuando haces un ascenso, haces eso, “asciendes”, la subida aquí era “en sierra”, es decir, bajas mucho para luego volver a subir mucho, y cuando estás a una cota cercana a la que piensas llegar viene otro descenso brutal para luego volver a ganar altura con otra pendiente empinadísima.

Es raro encontrar por el camino caminos llanos aunque fueran con pendiente, pero llanos. Prácticamente todo el camino se hace con escalones, tanto de subida como de bajada, por lo que resulta un treking especialmente duro.

Mientras caminaba iba mirando las impresionantes montañas que me rodeaban, picos que seguramente no tengan ni nombre, pero que la mayor parte supera sin dificultad los 5.000 mts. Y muchos de ellos los 6.000.


En seguida comienzas a cruzarte con sherpas, yaks, pasas por impresionantes puentes colgantes y es ahí cuando de verdad comencé a recordar mi objetivo y ser consciente de donde me encontraba.

Mi intención era llegar al Campo Base del Everest y me encontraba andando en la cordillera del Himalaya. Quería llegar a ver la montaña más alta de la tierra, acercarme lo suficiente como para poder observar y sentir la inmensidad que un pico de casi 9.000 mts. debe transmitirte.

Estaba al principio del camino, ilusionado por mi objetivo, deseando ascender, hacer las paradas previstas de aclimatación, sufrir lo que fuera necesario para alcanzar el Campo Base cuando de repente algo pasó. De inmediato supe que no podría llegar, todo se me vino abajo.

Mi rodilla falló, sentí un pinchazo y me desestabilicé. Me detuve y recordé como el mismo dolor casi me niega la posibilidad de hacer cima en el Mulhacén años antes.

- Está bien.- Pensé – debo ir con cuidado, son muchos días y si cuido la rodilla todavía podré llegar.

Supongo que pretendía animarme, buscar alguna posibilidad que hiciera que mis planes no se desbaratasen, aunque sabía perfectamente que cuando la rodilla me falla no hay vuelta atrás.

Continué con cuidado, andando despacio y procurando no cargar la rodilla. Iba bien, y el hecho de que solo en ocasiones notara algún dolor me hacía mantener la esperanza.

Mientras caminaba iba cruzando pequeñas aldeas donde se anunciaban pequeños bares y alojamientos para el montañero. Quería llegar a Phakding y a mitad de camino hice una primera parada para tomar un té que al final fueron dos, me encontraba tan a gusto…

Estaba allí sentado al lado del camino, veía pasar algún grupo de montañeros guiado por sherpas y con los correspondientes porteadores, estos en ocasiones pasaban solos, con sus tremendas cargas y un curioso bastón en forma de T en el que apoyarse mientras andaban y en el que apoyar su carga cuando paraban a descansar.


Reanudé la marcha y otras tres horas después llegaba a Phakding, volví a parar a tomar otro té y como quedaba algo más de una hora de luz quería llegar a la siguiente aldea.




La rodilla había vuelto a molestarme ocasionalmente, pero pensaba que aun podría andar algo más, pero cuando reanudé la marcha otro pinchazo volvió a pararme, lo intente pero al salir de Phakding el dolor me hizo parar en la última casa de la aldea.

En frente se encontraban unos cuantos lodges que parecían bien preparados para los montañeros, pero esta casa sola y perdida en la salida de la aldea me pareció muy acogedora por lo que pregunté el precio de una habitación. Cuando me dijeron que 100 rupias y me enseñaron la habitación pensé que la relación calidad precio era difícilmente mejorable, por lo que decidí quedarme allí y darle un descanso a mi rodilla con la esperanza de que al día siguiente esos pinchazos quedaran en un mal recuerdo.


Comencé a hablar con tres alemanes que también se hospedaban allí, dos chicas y un chico, una de ellas hablaba casi con soltura español debido a sus habituales vacaciones en Sudamérica.


Como no éramos muchos, en lugar de habilitar el salón de invitados la casera nos acomodó en su cocina para la cena, por lo que pudimos verla cocinar, ver como vivían ella y su familia y como los niños jugueteaban entrando y saliendo y observándonos con curiosidad.



La situación de poder compartir con ellos la cena en lugar de en el apartado comedor para invitados nos ofrecía la ocasión de poder disfrutar su forma de vida y acercarnos más a ellos.



Al día siguiente reanudaba mi marcha, esta vez dirección Namche Bazaar. De nuevo el Himalaya volvía a desesperarme con sus subidas y bajadas escalonadas, pero mi rodilla parecía responder bien por lo que me sentía fuerte y animado. El Campo Base volvía a ser posible.


El camino cada vez era más bonito, las aldeas que cruzaba eran preciosas, ambos, camino y aldeas se encontraban salpicadas de pequeños templos, estupas, piedras talladas y pintadas con distintos mantras y rodillos giratorios que usan para rezar.

El camino, aunque duro, era precioso, la última parte pasado Larha Dobhan resultó dura como pocas que haya hecho, una subida tremenda desde los 2.800 mts hasta los 3.450 de Namche Bazaar escalonada y con una pendiente tremenda.

En la segunda mitad de la subida el tiempo cambió de repente, luego aprendí que es algo habitual allí, por la mañana puede brillar un sol precioso y por la tarde cubrirse de nubes y bajar la temperatura rápidamente, tanto fue así que después de empezar a llover el frio transformó la lluvia en nieve.

Cuando llegué a Namche, casi no me dio tiempo de acomodarme en la habitación que cogí cuando la nevada cesó y un sol radiante iluminaba un precioso pueblo nevado rodeado de impresionantes montañas que no bajaban de los 7.000 mts.

Estaba contento, mi rodilla se había portado genial, por lo que estaba seguro de que conseguiría mi objetivo.

Salí a dar un paseo por Namche, un sinfín de tiendas de montaña y artículos locales salpicaban las calles, era un zoco en toda regla, y vagaba por sus calles maravillándome del colorido que mostraban con la nieve derritiéndose en sus tejados.

Me encontré con tres españoles que tenían mi mismo objetivo, charlé un poco con ellos y continué mi paseo.

Cuando llegué a mi hotel me puse a charlar con los caseros, una mujer y su hermano de lo mas hospitalarios, por la noche cené en el comedor para invitados, pero el ultimo té antes de irme a dormir ya me lo tomé en su cocina, charlando con ellos que me aconsejaban coger algún porteador para aliviar el peso en mi rodilla. Al día siguiente en el desayuno insistieron, pero les volví a repetir que era un camino que me apetecía hacer solo.

Valoré en varias ocasiones contratar un porteador, es cierto que los 16 kgs. de la mochila podrían forzar algo más mi rodilla, pero como me encontraba tan bien y el día anterior me había respondido genial decidí continuar solo.

Me encontraba a 3.450 mts. Y la siguiente parada seria en Tangboche, a 3.865 mts. No era mucho desnivel, por lo que continué animado, incluso pensando en que si se me daba bien podría continuar un poco más y así ganar sino un día, al menos algunas horas.

En la subida de nuevo me sentía fuerte, no tardé mucho en llegar a los 3.600 mts. Donde desde una estupa pude ver por primera vez lo que tanto deseaba, El Everest.

Todo el mundo paraba allí, y todo el mundo sacaba fotos, todo el mundo menos yo, no quería despistarme, no quería entretenerme en enfocar y jugar con los parámetros de la cámara, solo quería sentarme y disfrutar de la impresionante mole que se erguía ante mí, El Everest, la montaña más alta del mundo.

Después de unos minutos de calma reanudé mi marcha, veía en el horizonte una aldea en una loma, supuse que era Tangboche, pero un valle cortaba mi camino, me hizo pensar mal, pero supuse que la ruta lo bordearía.

Continué andando media hora más y encontré cerca de la siguiente aldea, una casa de invitados que ofrecía en un tenderete artículos locales a los montañeros y un delicioso té del que disfruté tres tazas durante casi una hora.

Allí sentado podía ver la cima del Everest, el sol caía sobre mí y me encontraba en la gloria. El dueño me dijo que solo me faltaban unas tres horas hasta Tangboche, por lo que me tomé mi tiempo para descansar y disfrutar de las vistas.

Cuando me puse en marcha ya me advirtieron que debía bajar al rio y después comenzar la ascensión. Cierto, de nuevo una bajada tremenda desde los 3.600 hasta casi los 2.800.

A pesar de lo empinado y escalonado de la bajada, mi rodilla seguía portándose bien, me detuve a comer en la orilla del río, no mucho tiempo, y después emprendí la subida.

De nuevo con una pendiente tremenda hasta los 3.865. A pesar de comenzar animado, parece que me quedé demasiado frio en mi última parada y a los pocos metros la rodilla me volvió a dar un aviso.

- Vaya!!!! Con lo bien que iba!!!!, en fin, con cuidado….- pensaba.

Como la recuperación había sido buena, pensé que subiendo despacio y con cuidado lo solucionaría. No, el dolor fue a más, lo intentaba todo, cargar mas la otra rodilla, apoyarme más en los bastones, ir despacio, pasos cortos… pero nada, el dolor iba cada vez a más.

Tanto fue así que a mitad de subida me dieron varios pinchazos que casi me hacen caer. No tenia elección, no podía bajar, la bajada sería peor para la rodilla y la subida me estaba matando. La altura se hacía notar, y cada vez acusaba más el esfuerzo que tenía que hacer para poder continuar.

Eso hice, continuar como pude, despacio, recordaba la nevada del día anterior y miraba las nubes constantemente esperando que para colmo no empeorara el tiempo, por suerte, no fue así.

La última hora de ascenso iba prácticamente a la pata coja, solo apoyar o hacer el movimiento de levantar la rodilla me hacía ver las estrellas.

Me encontré con los alemanes con los que había compartido cena en Phakding, acusaban la altitud y tenían que parar constantemente a recuperar el aliento, yo con mis pasitos cortos, poco a poco iba ganando terreno.

Por fin pude llegar a Tangboche, encontré habitación y me tiré en la cama a reposar la rodilla.


Necesitaba hacerlo incluso para poder llegar al comedor y cenar. Allí tumbado y con los dolores que sentía se disiparon todas mis dudas. En ese momento, tenía días suficientes para poder regresar e incluso poder tener algún percance más con la rodilla, pero si continuaba y volvía a tener dolores, se complicaría mi vuelta y podría incluso perder mi vuelo de regreso.

No me quedó más remedio que tomar la decisión de descansar allí el día siguiente y después darme la vuelta a pesar de no haber conseguido mi objetivo.

Al día siguiente al salir y ver el cielo despejado pude ver lo que más deseaba, unas preciosas vistas del Everest, desayuné mirándolo, embelesado, fotografiándolo sin prisa, ahora tenía todo el día para deleitarme.

Con esa vista, el objetivo del Campo Base comenzaba a perder importancia hasta el punto de no quedar como una cuenta pendiente. Altura puedo hacer en otros destinos, y ver el Everest... lo tenía ante mí, ese era mi sueño.


Tangboche no es muy grande, tres o cuatro casas de invitados, una panadería donde sirven pastel de manzana y un impresionante templo budista y un museo sobre el templo es todo lo que tiene que ver además de las impresionantes vistas del Lotshe, el Ama Dablan y el Everest.




Como no tenía mucho que ver allí y el tempo realmente impresionaba me fui a verlo. Un monje me abrió la puerta y me dejó visitarlo con la clara instrucción de “no grabar”, fotos sí, pero película no permiten, me deleité el tiempo que quise, estaba solo en ese impresionante templo y cuando salí y vi la caja de donativos me disculpé por no llevar dinero encima prometiendo volver más tarde a hacer un donativo.



Después de otro té en la panadería fui a visitar el museo, un museo muy sencillo en el que tras comprar algún recuerdo y preguntar si todo el dinero del museo iba destinado al templo y responderme que sí, dejé un sencillo donativo de 500 rupias.

- Un momento, su recibo.- Me dijo la señorita que me atendió.

- Ah!, no gracias, no es necesario.- Le respondí pensando que para qué quería yo un recibo de una donación.

Volví a pasear por la aldea y cuando estaba recostado al sol observando uno de los preciosos glaciares que rodean Tangboche oí un monje que venía desde el templo y preguntando por alguien que se llamaba como yo.

- Soy yo.

- Ah, hola, muchas gracias por el donativo, pero tengo que hacerle su recibo.- me dijo el monje.

- No es necesario de verdad, muchas gracias….. aunque…. Es bonito el recibo?

- Si.- Respondió entre risas.

- Ah pues entonces vamos.

Y nos dirigimos charlando hacia el monasterio, una vez allí y después de hacerme el recibo, (realmente me pareció bonito) continuamos charlando hasta que me dijo:

- Espera, quieres que te bendiga?

- Pues me encantaría, muchas gracias.

El monje me anudó un cordel alrededor del cuello mientras decía algo de lo que solo pude entender…

- Por una larga vida.

Me dijo que por las tardes tenían una ceremonia en la que dejaban entrar a los turistas, pero que ese día por la mañana tenían otra y me invitó a entrar con ellos.

Allí estaba yo, entre todos esos monjes budistas mientras rezaban, tomaban té y repetían sus mantras.


Yo buscaba altavoces ya que su voz gutural resonaba en el templo de una manera especial, no los había.

Solo me pidió que estuviera en silencio, y es que me resultaba imposible incluso hacer el más mínimo movimiento que pudiera distraerles.

No soy creyente, no creo en el karma, ni en los chacras, ni en ese tipo de cosas, pero es cierto que esa gente, irradia una paz y una calma que no había visto antes.

Cuando salí, pensé que mucha de esa paz nos hace falta en occidente.

Volví a deambular por la aldea, vi como la gente entraba a la habitual ceremonia de las tardes y poco después, un montañero sacaba algo parecido a un frisbie y empezaba a jugar con unos niños de allí. Al rato salió un niño con hábitos de monje y se unió al juego, pocos minutos después se unieron algunos monjes más, alguno de ellos entradito en años.


Fue maravilloso ver como esas personas que parecen de otro mundo, se animan y se mezclan con la gente en sus juegos, en sus diversiones, incluso viendo el futbol y practicándolo todos los sábados como me contó el monje en nuestra charla.

Por la tarde conocí a Aldo, un mexicano que iba a hacer cima, estuvimos charlando hasta el anochecer, mientras me contaba la bonita historia que le había llevado a embarcarse en semejante aventura.

Al día siguiente emprendí mi camino de vuelta, en principio debería haber parado a dormir en Namche, pero mi rodilla respondía de maravilla y conseguí llegar a Monjo, donde pasé noche para al día siguiente llegar a Lukla a las tres de la tarde.

Intente conseguir vuelo a Katmandú me dijeron que era posible y que me fuera al aeropuerto, así que eso hice.

El aeropuerto estaba cerrado, no había aviones en la pista, me extrañaba, hasta que vino otro chaval israelí y me dijo que le habían dicho que con un poco de suerte saldría uno de nuestra compañía por la tarde.

De repente un chico abrió la puerta del aeropuerto y nos invitó a pasar. Se puso en el mostrador de la aerolínea, nos pidió los billetes y nos dio las tarjetas de embarque.

Se cambio de mostrador y nos dijo, ahora por aquí para embarcar el equipaje, y así el chaval iba cambiando de mostrador para hacer él solito todos los tramites en ese aeropuerto desierto.

Poco después llegaba la avioneta que me dejaría en Katmandú donde tuve que improvisar como continuar mi aventura en Nepal, nuevo destino… Las tierras bajas del sur.

Continua en: Continuación en: Katmandú. La tierra media




























6 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo, querido Escarpín: Nepal nunca defrauda. Un abrazo. Paco Nadal

    ResponderEliminar
  2. Hola Paco, que honor que el primer comentario de mi blog sea de uno de mis viajeros mas envidiados.

    Un abrazo

    Escarpiiiiiin

    ResponderEliminar
  3. Pues aquí va el segundo de este hilo. Me ha encantado tu crónica. Me ha traido recuerdos de mi vuelta a los Annapurnas. He reconocido algunos de tus sensaciones como propias; el paisaje tan bello, el camino tan riguroso, la grandiosidad de las montañas, la bondad y hospitalidad de sus gentes, el recogimiento de sus templos. Se que suena a lugar común, pero eso es un problema del que escribe. Un abrazo y en horabuena. Chipo.

    ResponderEliminar
  4. Chipo!!!!! es cierto lo que dices, y es que esa tierra es distinta a cualquier otra, estoy seguro de que no se olvida.

    Un abrazo muy fuerte.

    Escarpiiiiin

    ResponderEliminar
  5. ¡¡Joer, Escarpiiiin!!. Precioso viaje. He disfrutado de lo lindo leyendo todas las crónicas de tu viaje.... ¡¡Qué capullini eres!!. Menudo viaje más chulo te has marcado. Y lo de ver con tus propios ojos el Everest, ya ni te cuento. Un abrazo
    Afri

    ResponderEliminar
  6. Afri!!!!!

    Como me alegra que hayas disfrutado, el viaje fue impresionante, ahora a continuar buscando experiencias.

    Besos

    Escarpiiiiiin

    ResponderEliminar