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sábado, 1 de enero de 2011

Expedición a Malasia: Melaka, la Venecia Malaya


Nuestro viaje llegaba a su fin, debíamos volver a Kuala Lumpur para coger nuestro avión de vuelta a España, pero nos había gustado tan poco que decidimos cambiar nuestro destino por Melaka. Que inconscientes éramos de lo que allí nos esperaba.

Cogimos un avión en Kota Kinabalu para que nos llevara al aeropuerto de Kuala Lumpur. Curiosamente este se encuentra a 80 kilómetros de la ciudad, por lo que decidimos liarnos la manta a la cabeza e irnos a Melaka, que curiosamente se encuentra a la misma distancia del aeropuerto.

Nos dirigimos a un hotel que según la Lonely Planet estaba bastante bien, bueno, para mochileros tenía un pase, pero después de haber dormido en una casa de mala reputación, en la jungla de Borneo tirados en colchones bajo la amenaza de que las ratas y los monos nos royeran las mochilas y haber comido a las puertas del mercado de Semporna, pensamos ya habíamos sido lo suficiente mochileros y algo más durante este viaje.

La amabilísima chica que nos atendió nos recomendó otro hotel del mismo dueño que estaba mucho mejor, incluso el dueño se ofreció a recogernos.

Era un chino entradito en años que también resultó tremendamente amable, mientras nos llevaba a su hotel nos iba enseñando la ciudad y recomendando los lugares de mayor interés resultando un espléndido guía.

Después de asearnos rápidamente en el hotel, nos lanzamos a descubrir la ciudad.

Teníamos hambre por lo que nos metimos en el primer lugar que encontramos, “un restaurante chino”, bueno, restaurante o “bar”. Nos asomamos y no vimos mesa, aunque rápidamente se ofrecieron a acomodarnos en una mesa compartida con un señor que comía pollo con arroz picante, lo mismo que pedimos nosotros. Estábamos frente a la cocina, por lo que podíamos ver perfectamente sus cacerolas humeantes, como fregaban, etc.

Salimos encantados después de haber comido en un bar de “chinos para chinos”.

Sabíamos que había un barco que recorría el rio, así que nos animamos a probar. El rio era increíble, cruzado por preciosos puentes y dejando el impresionante barrio chino a un lado y la zona colonial portuguesa a otro. Los varanos nadaban libres por su cauce y encaramándose a las ramas de los árboles.


La ciudad nos comenzaba a sorprender y a enamorar, veíamos los lugares deseando bajar del barco para poder recorrerlos y visitarlos.

Cuando llegamos al puerto nos dirigimos al barrio chino. Habíamos leído que había una calle muy ambientada y queríamos encontrarla. No resultó tan fácil como pensábamos. Teníamos nuestro plano e incluso así no fuimos capaces de encontrar la entrada que buscábamos al barrio chino.

Como estábamos encabezonados en llegar, nos metimos en la primera calle que encontramos, una calle en principio anodina donde las tiendas o estaban cerradas o estaban cerrando.

Sin embargo cuando comenzamos a recorrerla fuimos encontrando pequeñas casas con una preciosa decoración a base de cabezas de dragón y farolillos, cada vez encontrábamos más, además nos sorprendió ver como la gente sacaba frutas y viandas a la calle y las quemaba junto a una especie de billetes de monopoly.




Poco a poco y ensimismados en un ambiente que era completamente distinto a todo lo que conocíamos nos fuimos introduciendo en el barrio chino.

Al principio no nos hacia especial ilusión después de la decepción que nos había causado el de Kuala Lumpur, pero este era distinto, daba la impresión que después de haber andado unas decenas de metros nos hubieran transportado a lo más profundo de China.

Continuamos explorando el barrio y maravillándonos con todo lo que nos íbamos encontrando.



Finalmente encontramos la calle que buscábamos, pero para entonces el barrio nos había atrapado con su encanto. Deambulábamos por él, sacando fotos, cambiándonos de acera para admirar la decoración de las casas, mirando a la gente que por allí hacia su vida y encontrando incluso a un chino que parecía el profesor del pequeño saltamontes, con su calvita, su toga y su bastoncito, no le faltaba de “ná”.

Al día siguiente amanecimos inquietos por explorar de nuevo la ciudad que nos estaba maravillando.



Decidimos dejar que un Tre Shaw nos guiara por la zona colonial donde se encontraba el Palacio del Sultán, los restos del fuerte Portugués, y un museo en forma de Carabela Portuguesa. Los visitamos todos viajando en el tiempo desde la época de los sultanes a las últimas batallas coloniales, descubriendo incluso que por un pequeño detalle técnico de alianzas y ocupaciones, Malasia durante un breve espacio de tiempo fue colonia Española.




Por la tarde salimos escapados a explorar de nuevo el lugar que más nos había gustado, el barrio chino.

Después de comer una extraña fusión de comida malayo-portuguesa decidí darme un masaje. Mientras tanto Yolanda pasearía por el barrio a sus anchas.

Después de que me dejaran como nuevo tras una hora de autentico masaje chino, me volví a encontrar con Yolanda en la puerta.

- ¿Qué tal? ¿Llevas mucho esperando?

- Bien, calla y vente que tengo que pintar un cuadro, corre…

- ¿Qué tienes que qué??????

En su paseo y después de interesarse por algunos cuadros de seda pintada, encontró una tienda donde le ofrecieron enseñarle a pintar su propio cuadro, por lo que fuimos hacia allí con la intención de que Yolanda diera rienda suelta a su creatividad.

Mientras a ella le enseñaban y comenzaba a practicar, ahora era yo el que se dedicaba a cotillear la zona.

Entre foto y foto y entre tienda y tienda, acabé dentro de una “tienda de chinos”. Desde luego no tenía nada que ver con las que tenemos en España, estas estaban llenas de productos para ellos, de figuritas, casi todas de carácter religioso que no bajaban de los 150 €. Tenía la intención de comprar algo para llevarme de recuerdo, pero resultaba imposible identificar ningún producto, entre que estaban en chino y que no se parecían a nada que tuviéramos aquí, me resultó imposible.



Tras pedirle permiso al tendero para sacar unas fotos de su tienda acabé hablando con él. Me estuvo explicando que la gente quemaba cosas porque precisamente ese día era la noche de los espíritus, por lo que era tradición sacar ofrendas a la calle y quemarlas para que los espíritus pudieran comer y no se vieran obligados a entrar en las casas de la gente.

El dinero que quemaban era de mentira y lo vendían también en esa tienda, así al quemarlo los espíritus podían cogerlo y comprarse lo que quisieran.

Mientras charlábamos y me explicaba, alguien entró a comprarle algo y mi sorpresa, ya llegó a su límite cuando vi que el tendero para cobrar lo que le debían utilizaba un ábaco.




- Si, ahorra energía.- me decía entre risas al ver mi cara de asombro.
Después de que Yolanda acabase su cuadro aprovechamos para visitar unos cuantos templos que había en la misma calle y donde el tendero me había avisado que habría una ceremonia en honor a los espíritus.

Nuestro viaje llegaba a su fin, no solo el viaje a Malasia, sino el corto tiempo que habíamos pasado en una ciudad que desde el primer instante supo cautivarnos, sorprendernos y que supo descubrirnos la capacidad de Malasia para conjugar distintas culturas, sacando lo más bello de cada una de ellas.







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