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domingo, 3 de octubre de 2010

La jungla de Borneo


Regresamos a Uncle Tan y después de comer más noodles, pollo y arroz con un toque picante recogimos nuestras mochilas y subimos al bus destino: La Jungla.

Llegamos a una pequeña aldea a la orilla del río Kinabatangan desde donde una barca nos recogería para llevarnos al campamento que Uncle Tan tiene en la selva.

Aunque íbamos rápido ya que el objetivo era llegar, el barquero iba parando de vez en cuando para enseñarnos los primeros animales, algunos monos, algún que otro martín pescador, grullas, etc.

En la Web de Uncle Tan ya avisaban de que no se trataba precisamente de “un hotel de 5 estrellas”, cosa que pudimos comprobar al llegar.

Nos recibieron con un breafing inicial en el que te cuentan cómo funciona el campamento, que precauciones hay que tener y las actividades que vamos a realizar.

Nos llamó especialmente la atención cómo requisaban absolutamente toda la comida que llevábamos guardándola en un cubo de plástico cerrado. Parece ser que por la noche, las ratas y los monos buscan cualquier alimento fácil, siendo capaces de roer o destrozar una mochila en la que puedan haber detectado incluso un pequeño chicle.

Nos asignaron nuestros alojamientos, una cabaña en el pleno sentido de la palabra, es decir un techo y cuatro paredes, sin puertas ni ventanas y un colchón en el suelo con una mosquitera.
Después de dejar nuestras mochilitas en nuestra “habitación” nos dirigimos a degustar el buffet libre, bueno, a degustar… más bien a buscar cual de todos los platos era el no picante, eso parecía una lotería. Por suerte siempre había varias bandejas de alitas de pollo cocinadas de distintas maneras, entre las cuales solía haber una “no picante” aunque el plato se convirtió en algo repetitivo cada día, era un valor seguro para los enemigos del picante como yo.

Después de la cena por fin comenzamos a explorar la jungla. Nuestra primera actividad era un safari en barca por el río.

La primera sorpresa vino cuando nos subimos al bote y vimos como el río entero estaba lleno de unas moscas del tamaño de saltamontes. Nuestro guía nos explicó que era un fenómeno habitual, cada cierto tiempo las larvas de las moscas realizan su metamorfosis plagando el río, nos dijo que era un proceso que duraba dos noches y que esa era la primera.

El fenómeno resultaba impresionante, sobre todo cuando vimos un pequeño cocodrilo casi cubierto por ellas, o como dejándonos completamente asombrados, nuestro guía divisaba desde la orilla contraria a un sapo disfrutando del banquete de su vida gracias a la abundancia de comida que se encontraba cerca de su boca sin que tuviera que realizar el menor esfuerzo.
Además pudimos ver algún búho, águilas, pájaros variados y con mucha mucha dificultad una tímida jineta malaya.
Allí los animales son muy tímidos y cuanto se dan cuenta que son observados desaparecen casi de manera fantasmagórica en la espesura de la jungla.

Después de intentar divisar sin existo un grupo de monos narigudos (proboscis) que el guía nos indicaba y donde nosotros sólo veíamos en la distancia unos bultos borrosos nos dirigimos de nuevo al campamento mientras comprobábamos lo cierta y practica que nos resultaba la frase de “en boca cerrada no entran moscas”, ya que estas saltaban a puñados a nuestra barca.

Al llegar al campamento reposamos junto a un té la jornada para después asearnos en los baños comunes antes de irnos a dormir.

Los baños comunes eran cuatro cabinas con taza de water donde tenías que entrar además de con un cubo de agua para usarlo como cisterna, con la nariz tapada. Lo de la ducha no llegaba ni al grado de espejismo, simplemente era implanteable y el único modo de asearte era coger agua marrón de los bidones y lavarte como podías allí.

Además de la variedad de mosquitos que te revoloteaban alrededor, los insectos que saltaban o se arrastraban por el suelo y las arañas que hacían sus enormes telas en cada rincón, tuvimos una invitada detrás de la tercera puerta. Una araña del tamaño de una mano que casi era capaz de echar el pestillo por ti. Ese aseo pasó a ser el menos ocupado, la araña no se movió en tres días, pero el color amarillento y el tamaño imponían tanto que la gente prefería no encerrarse con semejante ejemplar en un baño.

Iba a decir que después de asearnos nos fuimos a dormir, pero quizás sería mejor que “después de hacer lo que pudimos” por fin nos dirigimos a descansar después de un duro día de aventura.

Nos acomodamos en nuestras sabanas-saco y remetimos cuidadosamente la mosquitera para evitar compañías no deseadas por la noche, de manera que por fin podríamos dormir.

Al cerrar los ojos un golpe enorme en el tejado nos sobresaltó, a este le continuaron tres o cuatro más, parecía que nos estaban apedreando.

Se trataba de los zorros voladores, unos murciélagos frugívoros que cogían una pequeña fruta de los árboles, sorbían un poco su jugo y luego la dejaban caer. Claro, al hacerlo desde tanta altura sobre el tejado parecía un bombazo y pegabas un salto que luego costaba recobrar el sueño y volver a poner el corazón en su sitio.

Por la mañana tocaba madrugar, todo el mundo arriba a las 6, bueno, todo el mundo menos Yolanda que muy hábil se había levantado casi media hora antes para poder ser la primera en usar el cuarto de baño antes que de que el resto del campamento lo asaltáramos y volviera a ser necesario amputarse la nariz para poder ir.

Después de un té rápido de nuevo a la barca, tocaba explorar el río otra vez.
Como todavía el sol no pegaba con toda su fuerza y el bochornoso calor húmedo de Borneo no había hecho su presencia, los animales aún estaban activos, por lo que las probabilidades de verlos aun eran altas.
Lo cierto es que el recuerdo que tengo de ese safari, más que de los animales, que fueron más o menos los mismos que los que vimos por la noche, es de las impresionantes imágenes que la combinación del río, la jungla y el cielo azul te ofrecían por la mañana.
Monos, alguna civeta, pájaros, de nuevo los proboscis como bultos marrones en un árbol lejano pero sobre todo, la sorpresa que nos llevamos al llegar al campamento, ya que en la orilla de enfrente por fin pudimos ver por primera vez un orangután completamente salvaje.
El barquero se acercó y pudimos ver que se trataba de una hembra con su cría que deambulaba de árbol en árbol tranquilamente y ajena a la alegría que estaba ofreciendo a unos cuantos locos subidos en una barca en medio de ninguna parte.

Después de desayunar en el campamento era el momento de adentrarnos andando en la selva.

La verdad, resultó bastante decepcionante, fue un paseo de dos horas escasas en las cercanías del campamento por un camino que el guía tenía marcado con unos pequeños lacitos de colores en los árboles.

Nos contó un montón de cosas sobre frutos, árboles e insectos, pero animales casi ninguno, bueno si, un lagarto verde que decía era muy difícil de ver y un curioso insecto que parecía una bolita de algodón.
Por la tarde comida y llegó el momento de tomar un descanso. Durante la siesta el campamento se encontraba tranquilo y era el momento ideal para poder ver las ardillas que correteaban y jugueteaban en el campamento y como algún varano que otro aprovechaba para salir a tomar un poquito al sol.

Por la noche volvimos a adentrarnos en la jungla a pie intentando aprovechar la actividad nocturna de los animales para poder sorprenderlos, y desde luego que lo hicimos, sobre todo a los pájaros.

Por algún motivo que desconozco estos se quedaban completamente inmóviles por mucho que nos acercáramos, quizás tenían el sueño tan profundo como yo o quizás la luz les inmovilizaba pero llegaba el punto en el que pensábamos que fueran de plástico.

Vimos alguna rana, hormigas asesinas y poco más, pero al menos resultó mucho más bonito que hacer el recorrido con el bochorno malayo del medio día.

Al día siguiente comenzó de nuevo la guerra, y es que cada tipo de comida generaba una batalla contra un tipo de bicho diferente.

En la cena los mosquitos aprovechaba cualquier ocasión para hacer las veces de vampiro, si te echabas Relec se lo bebían con pajita y el mejor remedio que encontramos era un brebaje local que nos habían preparado en Sepilok.

En el desayuno donde abundaban la miel, la leche condensada y las mermeladas pues las abejas acudían y hacían prácticamente imposible llevarse un bocado a la boca.

Un japonesito con gran voluntad decidió acabarse su desayuno a toda costa a pesar de que en su plato hubiera más abejas que comida. Intentaba apartarlas cogiéndolas con los palillos como el abuelo de Karate Kid e incluso en su empeño acabo metiéndose una abeja en la boca que por suerte escupió antes de que le picara.
En los últimos días de nuestra estancia en la selva, Yolanda se había casi mimetizado con el campamento. Me chivaba cuales eran las mejores horas para ir al baño, que era después de las actividades, por lo que al llegar salíamos corriendo para intentar llegar los primeros.

Un día charlando con el que parecía el jefe le comentamos nuestro descontento por la mentalidad de “paquete” que había en Malasia, le decíamos que nos gustaría pagar a alguien para que nos llevara con una barca a una aldea perdida o a buscar orangutanes y luego seguirlos a pie, y como no podía ser de otra manera allí, nos dijo que eso no, pero quizás podría ofrecernos algún paquete de tres días dos noches, y es que allí parece imposible comprar cualquier cosa que no sea en pack.

Viendo tantas dificultades para viajar por nuestra cuenta (por fin lo acepté) y que sin reserva prácticamente no ibas a ningún lado, estuvimos valorando esos días cual podría ser el siguiente destino en nuestra aventura.

Sipadan había sido como ponerle a un niño un caramelo en la boca, por lo que decidimos volver a Semporna para finalizar nuestro viaje por Borneo.

La oportunidad de volver a bucear en Sipadan y el buen sabor de boca que nos dejó Dragón Inn acabó por inclinar la balanza.

Así que cuando finalizamos nuestros días en la selva, y a pesar de que también echáramos de menos más días allí, nos dirigimos a conquistar nuestro nuevo objetivo: Los tiburones de Sipadan.

De Borneo II
De Borneo II
De Borneo II
De Borneo II
De Borneo II
De Borneo II
De Borneo II

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