Continentes

domingo, 22 de mayo de 2011

Expedición a Costa Rica; Supervivencia.


Antes de salir, Donny me preguntó:


- Oye, ¿que llevamos de comida?

- No te preocupes, llevo barritas energéticas para los dos.

Se ve que no confiaba mucho en las barritas, así que se llevó un taper con gallo pinto para la hora de comer.

Comenzamos la caminata muy temprano subiendo la montaña que da entrada al parque. No resulta especialmente alta, es más diría que se sube como máximo en una hora. El caso es que andar con semejante calor y una humedad brutal, sofoca a cualquiera, por lo que a los pocos minutos de ruta, mi camisa estaba ya completamente empapada en sudor, tanto que cuando quise encender la cámara para hacer un foto no pude. Al llevarla colgando y pegada a mí, se ve que la humedad de mi camisa cayó sobre ella y debió estropear algún circuito. Hicimos una parada para ponerla al sol, pero no hubo manera, menos mal que Donny llevaba la suya y pudimos hacer alguna que otra fotillo de nuestra aventura.

Continuamos caminando y charlando, Donny me indicó que siempre que había rastreado la zona había un tramo en el que siempre encontraba marcas de Jaguares, así que denominamos a ese tramo “la milla de oro” y ese era nuestro destino.

Caminábamos despacio, charlando, haciendo paradas, y sin ninguna prisa especial. Donny me iba enseñando a identificar huellas, frutos, marcas… y me iba enseñando cuales eran de puma y como diferenciarlas de los Jaguares, nos cruzamos con una preciosa serpiente, al acercarme cada vez más, no pude aguantar la tentación de acariciarla.



Llegué a una clara conclusión, a las serpientes no les gusta que las acaricie un extraño, ya que al volverse enfadada contra mí, hizo que pegara un salto con un buen susto en el cuerpo.


Se iba haciendo bastante tarde, y paramos a comer en un rio, donde nada más acomodarnos, Donny encontró una huella de Jaguar. Bien!!!! Estábamos en “la milla de oro”.


El calor era sofocante, por lo que a pesar de que el rio no llegaba a cubrir por la rodilla, yo lo aprovechaba para refrescarme tumbándome en él para conseguir que todo mi cuerpo estuviera sumergido.


Los pequeños peces limpiadores me rodeaban y se dedicaban a limpiar mi cuerpo de pieles muertas y posibles parásitos que hubieran podido subirse a mí en el camino, como las garrapatas, que allí abundan.

Mientras Donny se dedicaba a comer su gallo pinto, yo me comía un par de barritas, que darán mucha energía, pero el hambre no desaparece con ellas. Al ver y juguetear con un tronco que había allí tirado, vi que se encontraba lleno de termitas, por lo que se convirtieron en mi siguiente aporte de proteínas. Al menos eso dicen, porque al ser tan pequeñas no sientes que estés comiendo, eso sí, resulta muy entretenido.

Después de zamparme unas 60 termitas, me daba el último baño antes de reanudar camino. Al salir del rio vi a Donny a unos tres metros de mí mirando el rio.

- ¿Qué miras? ¿Hay algo?

- Si, ¿adivina el que?

- No sé, dime. – Le respondía mientras me acercaba.

- Pues un cocodrilo.

- No jodas, ¿pero llegan hasta aquí?

- Pues pensaba que no, pero parece ser que sí.

Nos acercamos poco a poco a verlo. Mediría algo más de un metro y se encontraba debajo del agua expectante.


Supongo que se puede pensar que un cocodrilo de un metro es un animal pequeñito y que no es peligroso. Pues bien, imagina tu reacción cuando un caniche se te encara ladrando y mostrándote sus dientes, Pues un cocodrilo tiene como diez veces más dientes que un caniche…

Por mucho que nos acercábamos él seguía quieto, supongo que pensaría que con un poco de suerte no le veríamos y le confundiríamos con un tronco, pero no fue así. No pude evitar tocarle con el palo-bastón que me había agenciado a ver que hacía, y de un rápido golpe de cola salió disparado a esconderse, pero pudimos encontrar donde se refugió y volvimos a observarle con cuidado, no queríamos que pensara que debía defenderse…

Cuando hice intención de ir a tocarle, Donny me detuvo indicándome que no debía molestar a los animales, por lo que finalmente reanudamos nuestro camino.


Hice ver a Donny que estaba tan cansado y desfallecido al no haber comido que no tenía fuerzas para volver, Donny me insistía, pero yo daba muestras de no poder más, de ser incapaz de volver a remontar la montaña que habíamos dejado atrás, por lo que finalmente Donny decidió dirigirnos a Sirena para pasar esa noche, mi plan comenzaba surtir efecto…

Dejé que Donny fuera delante, incluso dejaba que se adelantara en ocasiones hasta que no pudiera verme, luego me esperaba y le alcanzaba. Esto me venía bien no solo para que pensara que estaba más cansado de lo que realmente estaba, sino para que no se diera cuenta de que iba dejando marcas de olor con la colonia de Kalvin Clain en el tramo de “la milla de oro”.

Íbamos vadeando los ríos que encontrábamos a nuestro paso sin descalzarnos, por lo que finalmente el camino se hizo especialmente duro, ya que los pies completamente húmedos comenzaban a resentirse, los dos llevábamos la planta de los pies con un sentimiento de ardor que nos estaba matando.

Por fin llegamos a la Estación de Sirena, era tarde y Donny habló con los vigilantes de allí para ver si nos dejaban pasar la noche. A él le dijeron que podía pasar la noche en la caseta de los vigilantes y los guías, y sobre mí le preguntaron:

- ¿Y este que trae? ¿Una tienda?

- Que va, una hamaca.

- ¿Una hamaca????

- Si, él viaja con una hamaca, si le dais dos troncos donde atarla, él se acopla ahí.

Así que extrañados le indicaron dos postes de la estación, al lado de una de las mesas donde podía instalar mi hamaca y pude pasar la noche.


Al día siguiente, y como no teníamos reserva de desayuno no se dignaron ni a dejarnos tomar un par de cafés, ni pagando… por lo que tras desayunar un par de barritas cada uno, comenzamos camino de regreso a la estación de Los Patos.

Si bien mi cansancio del día anterior no era tal como se lo mostraba a Donny, no era del todo falso, solo exagerado, ya que la ruta y la falta de comida me habían pasado factura realmente.

Al comenzar a andar los dos comentamos lo débiles que nos sentíamos por la falta de energías, por lo que tardamos bastante en llegar de nuevo a “la milla de oro”.


Al llegar le confesé a Donny que había dejado marcas de olor, no me quedó más remedio que llevarme la correspondiente típica regañina, que si no se puede intervenir en los comportamientos de la fauna, que si eso no se puede hacer, que podíamos haber dejado las marcas fuera del parque y que si bla, bla, bla…

En fin, supongo que era su obligación como guía, y aunque no me lo confesó, creí percibir en el cierto agrado, ya que cuando terminó de regañarme comenzamos a ver el resultado de mis marcas.

Ningún Jaguar había pasado por la zona, sin embargo un Puma las había ido siguiendo y había dejado un montón de marcas.

De nuevo le hice ver que estaba desfallecido, que no podía más, hasta el punto de sentarme y decirle:

- No puedo… no puedo… no puedo andar más….

Resignado tras mucho insistir y al ver que el atardecer se nos echaba encima no le quedó más remedio que asumir que nos tocaría pasar noche en la selva.

Buscamos un lugar donde instalarnos y con unas grandes hojas caídas hicimos un lecho donde dormiría el, yo puse mi hamaca entre dos árboles mientras él me regañaba una y otra vez diciéndome que no lo hiciera, a pesar de que yo hacía oídos sordos a sus palabras…

Cuando por fin estábamos instalados, le dije que si no comía algo, el día siguiente no estaba seguro de poder continuar la marcha, por lo que Donny se fue a buscar frutos caídos, momento que aproveché para pescar lo que pude, un par de camarones y un pececillo que no sería más grande que la palma de mi mano.

Cuando Donny volvió, yo ya había hecho una pequeña fogatilla y estaban medio cocinados. Donny no se lo podía creer, me regañaba una y otra vez, parecía que todo lo que yo hiciera estaba mal o no se podía hacer. El caso es que yo que le observaba atentamente, tanto mientras me regañaba como después, pensaba que lo único que hacía era lo que tenía que hacer, cumplir con su papel de guía, por lo que finalmente le dije:

- Oye mira, tú no eres mi guía, no te he contratado, no te estoy pagando por esto, por lo que no estás ejerciendo. Tú me has acompañado pero a título personal, no profesional, tranquilo y disfruta.

No le convencí, pero se ve que le valió para resignarse un poco.

Menos mal que no le conté que había ido en busca del cocodrilo que habíamos visto el día anterior, que si llego a encontrarlo la cena se habría convertido en un banquete.

No habíamos comenzado a cenar cuando una tormenta se nos vino encima, por lo que tuvimos que usar mi capa de agua como techo improvisado. Ahora yo ya no podía dormir en mi hamaca ni el en la camita que se había preparado, por lo que tuvimos que acoplarnos como pudimos debajo del improvisado techo y alrededor de los rescoldos de mi fogatilla.

Si el temor de quien duerme en la selva son las serpientes, escorpiones, tarántulas, etc., el animal del que estuvimos toda la noche intentando defendernos sin ningún tipo de éxito fueron los mosquitos, quienes dejaron en mí más de 100 picotazos…

El caso es que esa noche, donde nuestra cena fue un camarón para cada uno y medio pescadito, disfrutamos como si nos hubiéramos zampado una mariscada. La verdad es que comer algo caliente de da la vida de nuevo.

La noche continuó entre los mosquitos, la lluvia e intentando acoplarnos y coger postura entra las ramas y raíces que teníamos debajo de nosotros.

Cuando por fin amaneció ya no me quedaron excusas para retrasar más mi estancia en la selva, por lo que tomamos dirección al camping.

Durante el camino, hubo un momento en el que Donny me dijo:

- ¿La has visto? ¿No verdad?

- ¿El qué? – Respondí.

- Te acaba de pasar entre las piernas una serpiente de terciopelo joven.

No me había dado cuenta. Me explicó que esas eran las más peligrosas. Por un lado son las más venenosas que puedes encontrar, pero al menos las adultas, dosifican el veneno que inyectan, pero las jóvenes, aún no saben hacerlo, por lo que cuando muerden, inoculan todo el que tienen.

Con un poquito más de cuidado, e intentando darle un respiro a mi ángel de la guarda, continuamos el camino.

Los dos llegamos destrozados, por lo que lo primero que hicimos fue degustar unos estupendos espaguetis con salsa de salmón y hongos que preparó Donny en un abrir y cerrar de ojos.

Mientras yo disfrutaba de una merecida siesta, Donny que se había empeñado en disfrutar la cena que no disfrutamos el día anterior, se fue a buscar camarones y volvió con un cubo casi lleno con el que nos inflamos esa noche.

Mientras cenábamos le confesé a Donny mis “pequeños engaños” para poder pasar más tiempo en la selva, no le quedó más remedio que reírse, y tras decirme:

- Tío, eso no se hace….

Continuó diciendo…

- Ahora, que no te imaginas como lo he disfrutado!!!!!

2 comentarios:

  1. Escarpín a ver si pones una foto de Donny que también es protagonista de esta "aventura" oye y a él también fue víctima de los mosquitos, te lo digo porque cuando estuve en la selva amazónica del Ecuador íbamos con un guía y mientras a nosotros nos acribillaban a picotazos a él no le dejaron ni uno.

    Carlos

    ResponderEliminar
  2. Yo tampoco hubiera podido evitar la tentación de tocarla... es tan bonita!!!

    ResponderEliminar