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domingo, 7 de noviembre de 2010

Expedición a Borneo; Los tiburones de Sipadan.



Después de nuestra expedición a la selva de Borneo, volvíamos ilusionados al lugar que nos había cautivado, Dragon Inn.

No sabíamos que nos podía esperar en Semporna, nuestra ilusión era poder volver a bucear en Sipadan, pero sabíamos que era una empresa difícil, ya estábamos avisados de que en agosto encontrar plaza era misión casi imposible.

Finalmente la suerte nos sonrió, después de recorrer varios centros de buceo pudimos organizar los tres días de buceo que queríamos. El caso es que para poder disfrutar de nuestro paquete de buceo debíamos esperar tres días en Semporna. Esta ciudad es pequeña, desde luego no despunta por la limpieza de sus calles donde no es extraño encontrar un varano campando a sus anchas buscando un bocado que llevarse a la boca entre la basura.
Creo que ya había comentado anteriormente lo que nos había extrañado la falta de “buscavidas” en Malasia, pero tuvimos la suerte de encontrarnos con John. Él nos contó las posibilidades que teníamos en los alrededores de Semporna y así, con su ayuda, pudimos organizar los días de espera que teníamos allí.

Al día siguiente de nuestra llegada, nos alcanzaron Gerard y Esther, una pareja de Gerona que habíamos conocido en Sepilok y con la que congeniamos bastante bien, de esta manera hicimos grupito para disfrutar nuestra estancia allí.

Semporna nos sorprendió muy gratamente, entre las indicaciones y gestiones de John y la gente tan amable y divertida que habíamos conocido en el Dragon Inn la primera vez que estuvimos allí, nuestra espera se convirtió en toda una aventura.
Comenzamos explorando los manglares de la zona, donde nos recibieron las águilas pescadoras, los grupos de Macacos y Narigudos saltando de árbol en árbol e incluso algún cocodrilo esquivo que se sumergía justo cuando nos acercábamos a fotografiarle. Esta bienvenida solo era un primer recibimiento para el espectáculo que en el atardecer nos esperaba.
Salimos de la agradable y silenciosa navegación entre los manglares con dirección a una isla cercana. Mientras nos dirigíamos allí, el sol comenzaba su ocaso dibujando en el cielo los preciosos colores del atardecer. Poco a poco comenzamos a ver algún enorme murciélago surcando el cielo, su número comenzaba a aumentar hasta que el cielo prácticamente estaba lleno de zorros voladores.
Estábamos emocionados, no nos podíamos esperar ni semejante espectáculo ni la tranquilidad y lo agradable que resultó la excursión.

Al día siguiente nos dirigimos a disfrutar uno de los sueños que supongo que todos nosotros hemos tenido alguna vez en la vida, disfrutar de la soledad de una isla desierta.

Alquilamos por un precio muy muy económico y gracias a la ayuda de John, un barco que nos llevó a Timba Timba, una isla deshabitada a aproximadamente una hora de Semporna.

Disfrutamos los cuatro de la isla, tomando el sol, recorriéndola y explorando sus aguas en las que solo con unas gafas de bucear y un tubo pudimos ver tanta fauna submarina como en algunas inmersiones con botella.

Resultaba impresionante el mar que teníamos a nuestros pies. Por algún motivo que todavía no he comprendido, el Mar de Célebes es un Mar tremendamente tranquilo y resulta sorprendente encontrar varias veces al día el mar como un plato, con el agua completamente plana, sin una sola onda que la perturbe.
Resultaba un lugar idílico, arena, palmeras, agua a 32 grados… al estar allí pensabas que en pocos lugares del mundo podrías sentirte más a gusto en ese momento, bueno, más a gusto, porque más fresco seguro. Es cierto que debíamos estar buscando sombra o agua constantemente, ya que un sol de justicia caía sobre nosotros con tanta fuerza que tuvimos que estar durmiendo bocabajo los siguientes tres días.



Por la noche fuimos al mercado a improvisar una cena local, regateando Rigings arriba y Rigings abajo compramos un pez loro, un pez aguja y algunos calamares en el mercado local para que nos los cocinaran en la acera de enfrente a la plancha.
Yolanda ni corta ni perezosa se puso con las cocineras locales a limpiar los calamares y al poco tiempo nos improvisaban una mesa en la calle para poder degustar nuestras viandas.

Yolanda no pudo evitar comenzar a hacer carantoñas a una niña que, en los brazos de su madre nos miraba con ojos de asombro. Si Yolanda no pudo evitar las carantoñas, yo no pude evitar buscar la carita de asombro que podría poner la niña al ver desaparecer un pañuelo.

Madre mía la que lié. Al verme la gente comenzó a arremolinarse a nuestro alrededor, pedían que les repitiera los juegos una y otra vez, que desapareciera el pañuelo, que apagara el cigarro en la camisa sin que esta se quemara de alguno al que ellos animaban y que se ofrecía con cara de temeroso.

Nos costó despedirnos de toda esa gente, incluso algunos niños nos seguían en nuestro camino al hotel pidiendo más.

Solo nos quedaba un día antes de poder volver a bucear y lo aprovechamos en compañía del Staff del Dragon Inn. A Hassin y a tres camareras les hacía mucha ilusión ir con nosotros. En la furgoneta de unos amigos suyos nos llevaron a recorrer la zona, nos llevaron a un pequeño pueblecito costero que no debía tener más de 10 o 20 casas en tierra. Digo en tierra porque pudimos ver algunas hechas en barcas, incluso desde una de ellas, a Yolanda le sacaron algunas fotos con un móvil.



El día en su compañía resultó tremendamente agradable, pero sobre todo divertido, y es que esta gente se reía por todo de una manera casi infantil y claro, al final esa risa se contagia.



Por fin llegó el día en el que nos dirigíamos a bucear, primero a Bohayan, luego Timba Timba y por ultimo Sipadan.

En Bohayan y Timba Timba encontramos de todo, desde una gran concentración de vida y sobre todo vida exótica, hasta mucha basura que incluso me disuadió de sacar una foto a un caballito de mar al que no era capaz de enfocarle sin que saliera o una botella, un tapón o una lata. La mayor parte del coral estaba muerto debido a la pesca con dinamita, esta, actualmente se encuentra prohibida en la zona, pero a pesar de esto se continua practicando de manera furtiva como pudimos comprobar en una inmersión en la que oímos la explosión bajo el agua.

Por fin llegó el día en el que tocaba bucear en Sipadan. Las condiciones prometían más que la primera vez que estuvimos allí, ya que el día era soleado y el mar estaba tremendamente calmado.

Al sumergirnos y después de ver pasar algún tiburón puntas blancas, nos tiramos en picado a los treinta y tantos metros donde nuestro recibimiento parecía haber quedado a cargo de un imponente tiburón gris. Por desgracia mis oídos me impidieron bajar lo suficientemente rápido como para poder sacar una foto decente.



Ese fue solo el recibimiento, el resto de la inmersión y de las inmersiones fueron una verdadera fiesta de fauna submarina, donde los tiburones puntas blancas nos dejaban posarnos a su lado, las inmensas tortugas parecían querer jugar con nosotros, nos introducíamos en enormes bancos de atunes y barracudas, una manta diablo, el escurridiczo y tímido pez mandarín, las sepias gigantes nos miraban curiosas y los agresivos peces ballesta regalaban algún mordisco con muy mala leche en el brazo del cámara que habíamos contratado para que grabara nuestra inmersión.











Ne desperdiciabamos un solo litro de aire de nuestras botellas, ya que cuando no las apurábamos hasta los 70 minutos de inmersión, no bajabamos de los 60.


En una de las inmersiones Yolanda encontró una inusual compañera de viaje, una remora se pegó a su pierna y la acompañó durante toda la inmersión.




Si bien el primer día que habíamos buceado en Sipadan el sentimiento era el de haber experimentado la promesa de lo que podía haber sido, en esta ocasión nos sentíamos increíblemente felices por las experiencias que habíamos podido disfrutar ese día.

Nuestro viaje llegaba a su fin, debíamos volver a Kuala Lumpur para coger nuestro avión de vuelta a España, pero nos había gustado tan poco que decidimos cambiar nuestro destino por Malaka. Que inconscientes éramos de lo que allí nos esperaba.

Continúa en: Expedición a Tortuguero (Costa Rica)